El turno de las amapolas




¿En qué andarás mientras yo te extraño? ¿En qué andarás mientras reprimo el casi irrefrenable deseo de hablarte? ¿En qué andarás mientras ignoro que cada vez son más fuertes los golpes del olvido en mi puerta? 

Yo siempre quise prometerte el sol. Pero nunca encontraba luz suficiente. Y ahora le escribo a la luna pidiéndole consejo. ¿Sabías que, en realidad, no tiene luz propia? Casualmente, la luna refleja los rayos del sol. Por eso la vemos. Por eso ahora, en medio de la noche, puedo escribir. 

Quiero preguntarte dónde estás. Aunque creo que ya lo sé, me da muchísimo miedo escuchar la respuesta. ¿Serás feliz sin tanto texto? Acá las palabras son gotas de una catarata sin fin. Y en el lecho hay tanto, pero tanto ruido, que no te puedo escuchar. En realidad, tampoco sé si me estás hablando. 

Ya me cansé de contar los días. ¿Existe el tiempo por allá? En algún lado leí que ahí nunca se hace de noche. Quizás el frío no se siente, entonces. Eso buscábamos, ¿no? Una brisa de otoño que se pierde en un rayo de sol. Un sol de primavera, que calienta pero que no acalora. Una primavera interminable. Allá debe ser así.

En tu ventana siempre había flores. Jazmines, margaritas, azucenas y amapolas. Era tanto el color que disimulaba muy bien tus grises. Estoy seguro de que también las tenés en donde sea que vivas ahora. ¿Llegarán ahí mis cartas si les pongo tu nombre?

Hoy dudé de cómo se escribía tu apellido. ¿Y si por eso no recibís lo que te escribo? ¿Y si tenés una homónima recibiendo estas cartas anónimas? ¿Y si nunca se enviaron? ¿Y si...? Prefiero seguir culpando al correo. Porque al menos así no me pregunto si ese error fue el olvido disfrazado de duda, y que quizás dentro de poco no recuerde tu color de voz. ¿Con quién estás hablando ahora?

Siento que últimamente la vida juega a las escondidas conmigo. Pero no sale de su escondite, el juego termina y yo quedo perdido esperando un compañero de soledad. ¿Te acordás cuando vos tenías ese rol?

Creo que es hora de dejar pasar al olvido. Al menos para compartir una taza de té. Voy a dejar la carta donde siempre y por última vez. Hoy es el turno de las amapolas. Ya no espero tu respuesta. Solo una brisa de otoño, un sol primaveral o una luna cautiva que me recuerde que, donde sea que andes, me estás escuchando.  

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