Otoño
Desperté. No sé cuánto tiempo había pasado. Pregunté la hora, pero ninguno de mis compañeros me respondió. Nadie se dignó siquiera a mirarme. Nunca tuve cariño con ninguno de ellos. Me quedé sentado escuchando a la profesora. Me di cuenta de que la biología no me interesaba. Mirando a la nada, pensé en Julia. Mi única amiga. Mi único amor. No estaba en clase. Supuse que habría ido al médico otra vez.
Tocó el timbre. Todos se levantaron y se fueron. Teníamos la tarde libre. Como siempre, tardé en guardar mis cosas. Volví a quedar solo con mi profesora en el aula. “Me va a hablar otra vez”, pensé. Me iba a preguntar sobre mi familia, mis notas. Cosas superfluas que ni a ella le interesaban. Pero no. Callada, sin siquiera mirarme, agarró sus cosas y se fue, dando un portazo. Extrañado por este comportamiento, salí del aula. Al salir, el guardia tampoco me saludó. Ni me miró. Noté que mi mochila estaba más pesada de lo normal.
Caminé hasta casa. Todo era gris. Una neblina invadía las calles y disipaba mi visión. El pueblo estaba callado, triste, apagado. No había viento y los árboles habían perdido ya todas sus hojas. Odio el otoño.
Saqué mis llaves y abrí la puerta. Intenté captar qué olor vendría de la cocina, para saber qué iba a almorzar. Nada. No había nadie en casa. Un marco que encerraba una foto mía estaba en el piso, destruido. Abrí la heladera y saqué jamón y queso. Me hice dos sánguches y los comí. Yendo a mi cuarto, tropecé con dos botellas. Tequila. Mis padres no toman alcohol.
Intenté dormir un poco. No pude. Me cambié, me puse un buzo y salí a caminar. No había nadie en las calles. Ya eran las tres de la tarde. Pensé en ir a visitar a Julia.
Toqué la puerta, pero nadie me abrió. Fui al patio trasero y entré. Subí las escaleras. Llegué al piso superior y vi su puerta, al fondo del largo pasillo. Fui directo hacia allá. Abrí la puerta y quedé boquiabierto. Estaba ahí. Yo. Mi persona. Hablando con Julia. Otro yo. Grité y no me escucharon. ¿Qué me pasaba? Me veía a mí mismo riéndome, gritando. Yo no era así. Julia parecía asustada. Mi otro yo mencionó un regalo que había comprado para ella. Agarró mi mochila, o la suya. En fin, era la misma, pero repetida. Sacó algo similar a un tubo. ¿Una pistola? La apuntó a Julia. Era una pistola. Disparó. Cayó, inerte, en el suelo, mientras la sangre comenzaba a desparramarse y teñir la alfombra. Luego, él, o yo, se la puso en la sien y accionó nuevamente el gatillo. Lo vi todo. Vi como mataba a Julia y me suicidaba.
Asustado, volví a casa corriendo. Quise sacar agua de la heladera y vi la carta de mis padres. Se habían ido de viaje, me habían dejado faltar esa semana. ¿Cómo podía ser que lo hubiera olvidado?
Hurgué en mi mochila y saqué un arma, la misma que le quitó la vida a Julia. En mi cama había alcohol.
¿Por qué desperté en el colegio? ¿Por qué había otro yo? ¿Podría ser que yo estaba viendo lo que iba a hacer? ¿Que yo fuese un fantasma? ¿Un espíritu? ¿Era eso un sueño?
Abrumado, comencé a correr. No sé para donde, no sé para qué. Simplemente corrí. De repente, algo rozó mi pie. Tropecé y todo se puso oscuro.
Desperté. No sé cuánto tiempo había pasado. Pregunté la hora, pero ninguno de mis compañeros me respondió.
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