Un avión


La monotonía del aeropuerto puede ser aburrida. Muy aburrida. No hay nada más que hacer que lo indicado. Llegar y ver las colas de gente con valijas, mochilas, abrigos y sonrisas. Ejecutivos caminando y hablando por teléfono, trabajadores aguantando las quejas de los miles de personas que no saben cómo proceder ante un error que ellos mismos cometieron. Un paisaje que se repite día a día y que rara vez cambia. Todo blanco, celeste, gris. Grandes distancias para pequeños trámites.

En medio de esa vorágine de situaciones estaba él. Llegó a eso de las 8 de la mañana, con más de dos horas de anticipación para un vuelo que duraba casi lo mismo que lo que tenía que esperar. Despachó su valija, certificó su pasaje y se sentó en la puerta de embarque, con más de una hora y media para matar. Después de todo, era otro de los vuelos que hacía semanalmente, parte de su trabajo. Le gustaba volar, lo despejaba. No le gustaba la burocracia propia de cada trámite para cada vuelo. Pero era algo por lo que tenía que pasar.

Ella acababa de llegar, hacía una hora. Sentada en una mesa, tomaba un café que no era ni desayuno ni merienda. Nunca tuvo un horario. Su trabajo le requería eso. Le faltaba un esfuerzo y tenía vacaciones. Merecidas, pensaba. Después de todo, era de las pocas que realmente trabajaba y siempre ponía una buena cara. No era valorado lo que ella hacía, sostenía. Sabía que en su casa le esperaba una larga siesta y una cena caliente con música. Poco romántico para tanto tiempo separados. Solo uno más.

El sacó su libro, uno de amor. Como todos los que leía. El estaba soltero desde que nació. No se consideraba exquisito, sino que esperaba a la persona correcta. Desde chico siempre sostuvo que el amor lo iba a encontrar en una sola persona, y la iba a esperar. Había conocido a muchas, pero ninguna le dio la impresión de ser la que lo acompañara hasta el final de sus días. ¿Muy pretensioso? Quizás. El mundo en el que vivía no estaba diseñado para amores largos. Sonó la última llamada para los que tomaban su vuelo, se levantó y se puso en la fila.

Ella estaba medio harta de su novio. Lo quería, sí, era simpático. Pero a veces muy superficial. Después de mandarle un mensaje bastante largo sobre sus últimos días, el contestó con un simple deseo de suerte. Sabía que no iba a durar. ¿Por qué todavía no había encontrado al amor de su vida? Se levantó de su asiento para dar su discurso rutinario y se volvió a sentar, pensando que al menos por una hora no tendría que hacer nada.

Ya no era ni necesario escuchar las indicaciones de seguridad, después de tantos viajes sería raro que en algún vuelo fueran diferentes. Sin embargo, se le había quedado sin batería su celular y le mareaba leer en el avión, por lo que por primera vez en mucho tiempo las escuchó. Y suerte que lo hizo. La chica más hermosa que había visto en su vida estaba señalizando con una sonrisa las salidas de emergencia y el modo de ponerse el salvavidas. “La peor actuación de todas: feliz en una catástrofe aérea”, pensó.

Alguien la había mirado raro, como si lo que ella había hecho hubiera sido gracioso. Pero no le pareció irrespetuoso, al contrario, la había hecho sonreír. Un poco de diversión tampoco le venía mal. Miró por la ventana. Una nube cubría la mitad del paisaje y ennegrecía todo lo que estaba debajo. Un bosque se volvía tenebroso, una calle peligrosa y un páramo frío. Esa nube cambiaba todo. Pero nada al mismo tiempo. Era otro día “parcialmente nublado”.

El sol le pegaba en la cara y le hacía sentir calor. Si estaban un poco más a la derecha hubiera estado con sombra. La nube a la derecha parecía anular todo tipo de calor o luz, como si fuera un manto que anulara todo. Pero el sol estaba sobre el avión y lo hacía reflejarse en el pequeño lago por el que sobrevolaban. Miró a la azafata sentada en su asiento. Estaba con los ojos perdidos en el paisaje que rodeaba a la nave. Una semisonrisa se dibujaba en sus labios. Se notaba que el maquillaje ya estaba puesto hace un tiempo, que el uniforme estaba arrugado y que las ojeras no eran nuevas. Pero eso la hacía más hermosa y no terminaba de entender por qué. Se quedó embelesado, mirándola fijamente como si fuera una obra de arte que nadie se atrevía a comprar. Era un misterio, un desafío, una promesa de algo increíble.

A veces tiene que limitar a algunos que se pasan de mirones. No entendía cómo podían esperar algo de un vuelo, como si ella los fuera siquiera a mirar, a entablar una conversación y quedar en verse. Nunca había pasado, nunca iba a pasar. Ese día había uno que la miraba. Pero no la miraba mal. Era como si la mirara de verdad, no con esas intenciones puramente instintivas y cosificadoras. Eso la hizo pensar que todavía quedaba gente buena, gente honesta. Y sonrió, un poco nada más.

La belleza con que miraba por la ventana no la tenía nadie. La delicadeza con la cual recorría el pasillo no se encontraba en ningún lado. La calidez de su sonrisa era irrepetible. La ternura con la cual hablaba sería imposible de recrear. Algo lo movía a pensar que no era una más, que había algo. Algo nuevo, distinto emocionante. Se convenció a sí mismo que no tenía chance alguna, que era otra desilusión y que solo era un mero enamoramiento pasajero. Como él. Una vida entera, siendo pasajero.

En qué estará pensando, se preguntaba. Qué será lo que le preocupa. ¿Habría hecho algo mal? No. Imposible. No se pasó en ningún momento ni hizo algo fuera de lo común. Hizo lo de siempre. Vuelos semanales, no dan pie a muchas experiencias trascendentes ni sentimientos extremos. Es lo de siempre. Pero ese hombre parecía salir de la rutina.

Le pidió un vaso de agua y qué lindo que fue. Se cruzaron las miradas, se hablaron a la cara, se imaginó un mundo feliz. Estaba sumido en el amor más profundo con alguien que hace una hora no sabía de su existencia. No podía creer la belleza que sus ojos veían, el hermoso color de voz que sus oídos escuchaban, el más dulce perfume que su olfato percibía.

El amor a primera vista no existe. ¿O sí? Nunca se sintió tan cuidada en una mirada, tan mimada en una voz, tan segura en la cercanía. Se alejaba y todo se ponía gris, pero al volver con una bebida era como si el mundo se iluminara, la nube gris desaparecía y todo el lugar era para ellos.

Pero el avión ya llegaba a su destino, el vuelo más profundo de todos iba a terminar en un abrir y cerrar de ojos. Y no la volvería a ver y su vida seguiría su curso. Pensó en mil declaraciones de amor, en acciones heroicas, en situaciones imposibles. Pero lo imposible era ella. Nunca se sintió tan cerca de lo que más deseaba y tan lejos al mismo tiempo.

Se levantó para saludar a los pasajeros que se retiraban del avión. Pensó en quedarse sentado, a esperarla, pero los imposibles nunca cambian su rumbo y su caso no iba a ser diferente. Él se acercaba. Ella estaba en la puerta. Sus piernas empezaron a temblar y qué si iba a hacer el ridículo, por qué mejor no hablaba con el piloto. Pero decidió quedarse. La besaría, la abrazaría, la ignoraría, ¿qué hacer cuando uno se va a despedir del amor de su vida?

Él extendió su mano. La suya temblaba y no era firme. “Gracias por volar con nosotros”, “no, gracias a ustedes”. Palabras sin sentido, pero con el mayor sentido de todos. Palabras que declaraban un amor eterno, un deseo profundo, una felicidad mutua y compartida. Y ahí se dieron la mano. Y se miraron a los ojos.

Y en esa mirada el mundo cambió, los cielos eran celestes, el día cálido y el aeropuerto un paisaje soñado. No había nadie, estaban ellos y su amor, ellos y su vida, ellos y su unión trascendental. No había guerras, no había hambre ni enfermedades, el mundo era un lugar mejor y era todo porque estaban juntos. Y vieron su casamiento y la madre de él llorando porque encontró lo que siempre buscó. El padre de ella orgulloso de que su hija no recaería más en amores pasajeros y absurdos rompimientos. La alegría era plena y los hijos llegaban sanos y contentos. Y crecían mientras ellos no se separaban y enfrentaban la vida juntos hasta que al final, frente a un fuego en la chimenea, morían juntos tomándose de la mano y mirándose a los ojos, exactamente como había empezado todo.

Él salió del aeropuerto y paró el primer taxi que vio. Ella llegó cansada a su casa, pero ni su novio ni la cena la esperaron.

El amor más profundo puede durar una eternidad. O tan sólo unos segundos.

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