Nodus Tollens

 




– Disculpá, ¿tenés un minuto?

No lo tenía, estaba realmente apurado, pero se lo di igual. Gente como ella me hacía sentir cierto remordimiento, no soportaba la idea de que miles de personas la ignoraban mientras ella buscaba hablar sobre algo que realmente le importaba.

– Te quería comentar acerca de esta organización en la que trabajo, para ver si querías ayudarnos. Le damos al que no tiene.

Y sí, era obvio. Siempre le dan al que no tiene. Y no digo que esté mal, no. A fin de cuentas, hay mucha gente que no tiene nada, y otros que tienen mucho de algo, pero poco de otra cosa. Yo no tenía tiempo, pero se lo di igual. Para no quedar descortés, pedí por detalles.

– Nosotros donamos tiempo.

¿Cómo podía ser que donen tiempo? Es imposible hacer eso. Uno puede regalar dinero, alimentos, utilidades, trabajos y hasta momentos felices. Pero… ¿tiempo? Todos tenemos cronometrada nuestra existencia, nadie nos puede alargar la vida tan simplemente. Ah, claro. Quizás hablará de tratamientos médicos. Le pregunté qué enfermedades trataban, adivinando su intrigante apertura.

– No, nada de eso. Si pudiéramos curar alguna enfermedad no estaríamos acá. Tener tiempo no es siempre positivo, ¿sabés? A veces tenerlo de sobra puede ser aburrido. Puede ser doloroso. Puede ser solitario. ¿Quién quiere ser inmortal? El tiempo es tiempo gracias a que termina. En ese sentido, es como la vida, ¿viste?

Podía ser. A esta altura, la conversación me intrigaba demasiado como para llegar a tiempo a mi destino. Si es que en realidad tenía uno. Dejé mi maletín en el suelo y la miré a los ojos. Vi su cuerpo joven y sus brazos fuertes. En su muñeca izquierda tenía, curiosamente, un reloj. ¿No es eso una hipocresía?

– Para nada. Siguen existiendo los horarios y las fechas límites, y no está mal. Tampoco está mal olvidarse del reloj. Tendemos a pensar en blancos y negros, consideramos que “siempre hay tiempo” o que hay que “vivir el momento”. Pero al intentar vivirlo, ya pasó. Y no tuvimos el tiempo que creíamos. ¿Entendés a dónde voy con esto?

La verdad que no lo entendía, pero asentí porque no quería parecer un ignorante. Siempre pensé al tiempo como algo más en mi vida, y no parecía afectarme en absoluto el paso de los años. Vino un joven y le pidió dinero para comprar unos apuntes para la facultad. Lo vi irse y le dije a la señora que no entendía para qué donaban tiempo.

– Para que todos puedan entenderlo. Es una medición, no un determinante. El ser humano no soporta las cosas que no están terminadas. El amor termina, sí o sí. Entonces viene el dolor, que también termina. Después la felicidad, que sigue ese mismo camino. ¿Ves? Eventualmente todo conduce a otro final, que es la muerte. Hay cosas que son trascendentes, y no a la vida propia, sino al tiempo. Permanecen en la permanencia.

En eso sí estaba de acuerdo. Todos buscamos esa trascendencia, eso seguro. Pero pensé que significaba asegurarnos el reconocimiento póstumo o la capacidad de cambiar una vida. No sabía que la existencia entera podía cambiar gracias a que yo amara, sufriera o muriera. Ya no tenía su anillo de casada, ¿se le habría caído? Ignoré ese descubrimiento y le consulté por la organización.

– Tenemos dos pilares fundamentales. Hay uno del que yo no me ocupo, que es asegurarnos de que el concepto del tiempo funcione correctamente. En el fondo, el mundo se mueve para ganarle al tiempo, ¿no? La única manera de que siga avanzando es que nunca puedan alcanzar la meta. Y el otro es lo que te vine diciendo. Damos tiempo al que no lo tiene.

Pero yo tengo tiempo, pensé. Al menos creí que lo tenía. La amable anciana me miraba profundamente a los ojos. Quería ayudarlos, su discurso me había convencido.

– No, no necesitamos tu ayuda. No dejamos que la gente que ayudamos done. No dejes pasar las chances de permanecer en la existencia. Mirá, ya hablamos lo suficiente. Te dejo mi tarjeta, y cualquier cosa me llamás.

La tarjeta tenía unos números y decía “Ministerio del Tiempo”. La anciana desapareció entre la gente. En su lugar quedó una especie de placa, que decía “Nodus Tollens (0-2777)”. Me quedé mirándola, y un auto me rozó la pierna y se llevó puesto mi maletín. Una chica me tocó el hombro.

– Disculpá, ¿este reloj es tuyo? Ah, no. Ya tenés. No te había visto. Ya que estoy acá, ¿tenés un minuto?

Apagué mi teléfono. La miré a lo ojos. Le sonreí. Ella me devolvió la sonrisa.

– Sí. No te preocupes por el tiempo. Ya me dieron suficiente.

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