Dos cervezas
− ¿Somos amigos?
− ¿Qué? ¿Cómo? Sí, obvio que somos amigos.
− No. No me entendés. Yo no creo que seamos amigos. Por eso es que te dije de venir.
El otro se rio incómodamente, y evito la mirada de su interlocutor, que ahora estaba clavada en él.
− No te sigo. ¿Nos peleamos o algo así? ¿Te hice algo?
− No, para nada. Al contrario, siempre me trataste bárbaro. ¿Sabés qué pasa? Siento que no somos amigos, sino que fuimos. Y creo que nos estamos agarrando del recuerdo como para mantener algo que quizás venció hace rato.
Se dio cuenta de que era una charla seria, e inmediatamente deglutió la mitad de su vaso. Mientras tomaba, intentaba sacarse el miedo a la verdad. Sabía que era esa, pero no quería enfrentarla. Tampoco es que tuviera problema en dejar de verlo, pero en cierto punto le dolía un poco.
− Quería verte para ver qué opinabas. Lo pensé el otro día: hice mi cumpleaños y te invité, pero me daba lo mismo si venías o no. Es más, hasta esperaba que llegaras tarde así no tenía que quedar cara a cara con vos. No sabía de qué hablarte. Siempre me pasa lo mismo.
− Sí, puede ser que no tengamos tanto tema de conversación.
− Va más allá de eso. Nuestros silencios son muy incómodos, quizás más que nuestras conversaciones. En una amistad fuerte el silencio imprevisto no es molesto. Es necesario el silencio: ¿cómo podemos ser cercanos si cada vez que no hay ruido queremos irnos bien lejos? En vez de dejar de hacerlo, nos aguantamos el desastre como si fuera un sacrificio necesario, aunque la recompensa tampoco nos satisface. Nos creemos amigos porque estamos en el mismo grupo, solíamos ser muy unidos y ahora coincidimos de vez en cuando. Pero eso, estoy muy seguro, no es la amistad.
− No, no lo es. Perdón, quizás no te presté tanta atención o me concentré…
− No es eso – lo interrumpió. – La vida, que una vez nos había unido, y muy cerca, decidió separarnos. Y está bien, no podemos ir en contra de eso. Tomamos diferentes caminos y llegó la hora de reconocerlo. Tenemos una unión que ya no es tal: somos porque fuimos, no porque seguimos siendo.
No dijo nada. Tampoco sabía qué decir. ¿Por qué jamás se lo planteó? Lo quiere mucho, y quiere agradecerle por todo el tiempo que pasaron juntos y todo el bien que le hizo. Pero no sale nada. Agradecerle por eso sería comenzar con una despedida que no quiere afrontar. ¿O no la quiere hacer?
− Pero… ¿Por qué…? Intentemos de nuevo. Parece una relación, ja. Démonos una nueva oportunidad.
− ¿Vos decís? Yo creo que es la vida, el universo, Dios… Hay algo más que decide eso, no nosotros. Tampoco decidimos separarnos tanto como lo hicimos, y acá estamos. ¿Sabés por qué te dije de venir a tomar esta cerveza?
Tomó dos tragos, uno de cerveza y otro de valor, y continuó:
− Porque hace poco me puse a pensar en mí, en vos, en nosotros. Y me pregunté: ¿puede una unión como la nuestra (si es que hay una) sobrevivir para siempre? ¿O eventualmente se va a romper?
− Me parece que vos ya la rompiste − contestó.
Se terminaron la cerveza en silencio, aunque esta vez no era incómodo. En el aire se sentía el pensamiento, hasta se palpaban las preguntas que se hacían interiormente y las respuestas que llegaban casi de inmediato. Se sabían a la inversa: al revés del comienzo de su relación, ahora pasaban de ser amigos a ser conocidos.
− ¿No te tenés que ir?
− ¿Qué?
− Sí. ¿No tenías el evento ese de tu…? Ah, no. Era una excusa para irte antes.
− Igual ya me voy. Creo que no nos queda más por decir.
Antes de que pudiera decir nada, lo abrazó muy fuerte. Se largaron a llorar, en silencio.
− Gracias – atinó a decir, en medio de sus sollozos.
− Llorando como cuando eras chico, eh. Siempre fuiste un blandito.
− Vos tampoco podés decir mucho. ¿O no te acordás cuando tu vieja nos encontró quemando los libros de primer año?
Se sentaron, con las piernas mirando hacia la puerta, pero la mirada fija en su conversación. Mientras recordaban sus travesuras de niños y sus veranos adolescentes, poco a poco se relajaban en su asiento. En vez de hablar, conversaron, gracias al recuerdo.
− ¡Mozo! Una… ¿Una? – lo miró. − Dos. Dos cervezas más, por favor.
Ya no estaban seguros de que esa era la última vez.
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