La plenitud del crepúsculo



– Ya está. Dejá. Ya no tiene sentido hablar de esto, es una pérdida de tiempo.

– No. No lo es. Quizás lo de no tener sentido sea así, pero jamás será una pérdida de tiempo. El tiempo no se puede perder.

– ¿Cómo?

– Eso. Que el tiempo no se pierde. ¿Cómo va a perderse? ¿Alguna vez encontraste un tiempo perdido? ¿Alguna vez tuviste un tiempo y no supiste dónde estaba?

– No, jamás. Pero el tiempo que pasó...

– Eso no es tiempo perdido. Eso es un tiempo que ya no existe, porque se convirtió en pasado. No perdemos tiempo, ganamos pasado. Ganamos memoria, o historia.

– ¿Y el tiempo desaprovechado? Hacer cosas sin sentido es perder el poco tiempo que tenemos.

– Ni es poco ni lo tenemos. Tampoco podemos desaprovecharlo. El tiempo pasa y punto. Si nosotros nos sentimos más o menos llenos durante ese transcurrir, es cosa nuestra. De nuevo: es imposible perder el tiempo.

– ¿No creés, entonces, en la existencia del tiempo perdido? Ese que quisiéramos, inocentemente, recuperar. Aunque sepamos que es imposible.

– Siento que, en esos casos, somos nosotros los que quieren volver a ese tiempo, como si camináramos hacia atrás para revivir un presente que hace rato no existe. Nosotros queremos volver al tiempo, el tiempo no vuelve a nosotros.

– Hablás del tiempo como si lo conocieras. Como si lo hubieras estudiado. Pero te olvidás de que el tiempo es un invento humano, para ordenar su mente y la sucesión de los acontecimientos.

– Para la física será eso que decís. Esta conversación está lejos de una ciencia exacta. El tiempo encuentra uno de sus mejores intentos de definición en San Agustín: “Si nadie me lo pregunta, lo sé; si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé”. ¿No es eso lo que nos pasa cada vez que intentamos comprenderlo?

– Puede… puede ser. No quiero meterme en eso. Porque mis conclusiones son aterradoras: si el pasado es tiempo que ya no existe, y el futuro es tiempo que todavía no existió, entonces solo nos queda el presente. Un presente que inmediatamente se convierte en pasado. Un pasado que ya no existe. Si el tiempo no está ni en el pasado, ni en el presente, ni en el futuro... ¿Estuvo alguna vez? ¿O dependemos de un inexistente?

– ¿No es esa la maravilla? Lo entendemos como algo inexistente, pero define nuestra alma y organiza nuestra vida. El tiempo excede al lenguaje. Está afianzado en nuestras palabras, pero no en nuestro intelecto. Existe y no existe, es de todos y de nadie a la vez, es incomprensiblemente eterno y excesivamente efímero.

− ¿Entonces qué? ¿El tiempo es un invento nuestro para poner un orden? ¿O hay un tiempo que va más allá del ser humano, que transcurre independientemente del alma? ¿El tiempo es tal porque nosotros le damos entidad? ¿O está compuesto por una realidad externa al intelecto?

− No soy quién para contestarlo. Pero cuidado: tampoco pasa por cada uno. La definición no es relativa, a diferencia del sentir de cada uno. Lo que sí sé es que no podemos perder el tiempo porque, en realidad, el tiempo nunca fue nuestro. Es, en cambio, la sensación de plenitud lo que a veces perdemos. Y por eso podemos celebrar: a diferencia del tiempo, afortunadamente, eso sí se puede recuperar.

Continuaron fumando sus habanos mientras observaban las estrellas que, tímidas, asomaban en el crepúsculo. Podrían haberse quedado en ese momento toda su vida. Pero, bien sabían, eso era imposible. Con cada segundo, los momentos se convertían en recuerdos que les permitían la victoria de la plenitud. Y así, inexplicablemente, ya nada estaba perdido.



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