Enamorarme para enamorarse

— ¿Sabías que tomaste la mejor decisión de tu vida al salir conmigo?
Lo miró, sorprendida. Nunca había sido así de presumido.
— ¿Perdón?
— Eso mismo. Vos me escuchaste. Gracias a mí, vos te vas a enamorar. Conmigo te ganaste una entrada a ese amor que hace rato no conseguís.
— ¿Quién te dijo que estoy enamorada de vos? —, preguntó.
— No lo estás. Vos te vas a enamorar, pero no de mí. El primer paso ya lo hiciste: capturaste mi interés. Ahora falta que te encuentren, o que vos encuentres a alguien. Basta solo con eso.
— ¿Me estás dejando?
— Puede ser. En realidad, me adelanto a una tragedia que a esta altura es inevitable. Todas las personas que salen conmigo se enamoran tarde o temprano. Tienen que enamorarme para enamorarse.
Al decir esa última frase se le quebró la voz. Ella, igual, no se conmovió ni un poco. Le sirvió un poco más de vino y le pidió que le explicara.
— Me di cuenta con el tiempo. Jamás repasé mi historial de romances con vos, pero una mirada rápida alcanza para entenderlo. Al principio se lo atribuí a la suerte. La de los demás, no la mía. Pero en una noche de soledad lo analicé más de cerca.
Tomó un sorbo y continuó. — Mi primera novia conoció a su actual esposo poco después de dejarme. “Se esfumó la chispa”, me dijo. No sé si alguna vez se había prendido. Después tuve dos citas con otra, pero el verano rápidamente me convirtió en la previa de un amor que todavía persiste. Llegué a ponerme de novio otra vez, pero desde que me dejó tuvo otras tres relaciones que yo observo en redes sociales con cierto desdén.
— Eso le puede pasar a todo el mundo —, respondió, incrédula.
— Sí, pero no pasa. Me enamoré de una amiga que jamás había estado con nadie porque ni siquiera pensaba que tener una relación era una posibilidad. Lo intenté por un año entero, solo para terminar con el corazón roto y una carta que no entregué. Pensé que si yo, que había buscado más que nadie una llave, no pude abrirle la puerta, entonces nadie podría.
— Y ahora ella está muy enamorada.
— No deja de mostrarlo, en todos lados. Por eso digo lo que digo: la persona de la que me enamoro termina enamorada.
— ¿Te enamorás muy seguido?
— No, cada vez menos. Pongo más y más trabas, pero me imagino que ya lo sabés bien: el amor siempre encuentra la vuelta. Mi maldición es que ya ni siquiera necesito sentirlo en profundidad. Personas con las que salí una sola vez ahora no ahorran en dedicatorias, fotos o sonrisas. Cometí el error de interesarme por una chica con la que cursaba y ahora estoy condenado a ver sus besos con otro frente a mí. Pregunté si debía invitar a salir a la conocida de un amigo que encontré en redes sociales. Me dijeron que sí, pero esa misma noche conoció a quien ahora llama “el amor de su vida”.
— Quizás es un tema de cantidad —, retrucó.
— Ojalá lo fuera. De la exquisitez pasé a una barrera casi invisible y dejé de ahorrar en invitaciones. No hubo caso: la mayoría terminó en el último rechazo que una mujer haría. Otras en fugaces intentos de olvidar a una expareja que volvería poco después. ¡Una se enamoró del mozo que nos atendió! Hasta algunos pensamientos alcanzaron: un “quizás le hable” bastó para que empezara a salir con otro.
— Creo que sos bastante egoísta. Te adjudicás un protagonismo inmerecido en las historias de otros.
— Podría ser. Una vez no se nota, la segunda es casualidad y la tercera se siembra la duda. Estoy bastante lejos de la duda ya. Nadie se enamora de mí. Se enamoran de ellos mismos cuando están conmigo. Una vez que entienden eso, ya no hay vuelta atrás. Me vuelvo insuficiente. Y aquellos que no llegan a conocerme, rápidamente lo interpretan: soy la promesa de que lo mejor está por venir. Pero soy la promesa, no lo mejor.
Él se tomó todo el vino que le quedaba en la copa y se restregó los ojos, casi ocultando una lágrima que amagó con escaparse. Mientras tanto, ella se quedó pensando.
— ¿O sea que vos estás enamorado de mí?
— Exactamente.
— ¿Y qué puedo hacer para evitar enamorarme de otra persona?
— Nada. El amor no hace preguntas. Decide por vos.
— ¿Y si quiero evitar enamorarme de vos?
— ¿Cómo?
— Eso mismo. Vos me escuchaste. No siento que seas la promesa de lo mejor, sino todo lo contrario: me parece que sos mi perdición. Sos un perfecto imbécil, que intenta ser el héroe de una historia que no existe. Querés decir que tenés magia cuando, en realidad, tenés miedo. Preferís llamarte condenado que conformista, te creés iluminado cuando solo sos impaciente. Esa falsa intelectualidad que tenés me enoja muchísimo, pero más me enoja que no quiero dejar de escucharte hablar. Creo que la más imbécil acá soy yo, que está perdidamente enamorada de alguien que no parece dispuesto a pelear por lo que se le escapa y prefiere quedarse con que la suerte no acompaña.
Él intentó hablar, pero no pudo.
— Prefiero dejarte antes que vos lo hagas conmigo. Y cuando encuentre alguien que me quiera la mitad de lo que me querés vos, cuando decida conformarme con alguien que no te llegue ni a los talones, voy a mandarte cien millones de fotos y poemas cursis que me dedicaron, lo voy a gritar a los cuatro vientos y me aseguraré de que me envidies bien de cerca. Será mi último acto de amor: hacerte creer que no fui tu última oportunidad de sonreír, sino un fracaso más en el derrotero de tu propia autocompasión.
No obtuvo respuesta. Se levantó y se fue, mientras él la miraba atónito. No podía creer que alguien lo quisiera de esa manera. Quizás sí era un cobarde, quizás sí era un imbécil y quizás sí era un falso intelectual. Se quedó pensando en cómo incorporar esa situación a su teoría del amor. Ahí es cuando lo entendió: toda regla tiene excepciones.
Y no pensaba contársela a otra mujer más que a ella.
Comentarios
Publicar un comentario