Disfraz imaginario
Hoy te extrañé. Te necesitaba ahí y no estuviste. Está bien, no es tu culpa. Pero en medio de las luces y el alcohol, un poco te imaginaba. Bailando, cantando, mirando al cielo y sonriéndome, haciendo todas esas cosas cursis, grasas, trilladas, que odio y que me encantaría que hicieras. Diciéndome al oído “gracias”, mientras yo murmuro un "al fin", que espero y deseo que no escuches.
Te extrañé porque no viniste. Repito, no es tu culpa. Pero no voy a mentir: tenía ganas de mostrarte qué me había puesto y que me dijeras que estaba mal, que eso no era y que en realidad era mejor la camisa que no me compré, aunque vos me dijiste que lo hiciera. No viniste, pero nos imaginaba yendo. Tanto imaginé idas y venidas, aunque me doy cuenta de que jamás fuiste. Tampoco viniste, ¿no? Quizás yo tenga que ir para allá. ¿Para dónde? Vos decime. Yo voy.
No viniste porque no te invité. Pero tantas veces escribí la invitación. Tantas veces la delineé: primero más copado, después más romántico, intenté lo formal y también eso que roza lo desinteresado. Ninguna sería suficiente: vos vendrías igual, aunque no escribiera nada. Tampoco es que ese texto te iba a cambiar mucho, pero a mí me hubieras dicho que sí, porque, siendo yo, sabías que me importaba.
No te invité porque no te conozco. ¿A quién querías que le enviara la invitación? Bastante que estoy enviando esto como si el remitente fuera conocido, o siquiera existiera. Yo te escribo y describo como el mejor imposible que siempre sueño. Y sos la posibilidad que nunca llegó. No sé quién me dijo que lo harías, pero espero que tenga razón. Necesito que la tenga.
No te conozco porque no te encontré. Y si eso pasó es porque no te busqué correctamente. O confundí mis encuentros o equivoqué mis búsquedas. No sé cuál fue el error, pero bien veo la consecuencia: enfrente mío no hay más que palabras en busca de un lector que las ponga en voz alta y las haga vivir. Si te leo, ¿me escuchás? ¿O tengo que poner mi confianza ciega en que el viento haga su trabajo? Si no te trajo a vos, quizás por lo menos puede llevarse algunas palabras.
No te encontré porque no pude. Lo intenté, infinitas veces. Hasta siento que mi vida es un enorme intento. Pero a veces pienso que existe un encadenamiento de hechos que conspiran contra mí (¿o nosotros?), para que no nos encontremos y seamos el ejemplo de aquellos que piensan que el amor es una cuestión de creer o no. Me preguntaron si estaba enamorado y dije que no, pero en el fondo sí lo estoy. Mi mentira tiene sustento: ¿quién me creería si respondo: “Sí, pero no sé de quién”? Hasta para la misma credibilidad te necesito.
No pude porque no me dejé. Antes me gustaba culpar a alguien más, señalar con el dedo al responsable de nuestro desencuentro, de nuestra historia sin principio y del sinsentido de mis penas. Este ejercicio patético de sufrimiento no es más que culpa mía. No me vas a negar que a todos nos gusta dar pena a veces; solo con nosotros mismos, como si nos viéramos reflejados en el momento triste de esas películas en las que ya sabemos que, eventualmente, todo va a estar bien. Alguien me convenció de que así sería. ¿Habré sido yo mismo? ¿Hablo de mí para hablarte a vos? ¿O te hablo a vos para hablarme a mí?
No me dejé porque te extraño. ¿Cómo buscar a una persona cuando ya la encontramos? Cada vez que lo intento, ahí aparecen mis imaginaciones con tu cara, tu perfume y hasta tu color de voz. Te pido disculpas. Todo esto es una gran mentira. Quizás, si te mentía, si negaba tu existencia, podía lograr mi cometido: que desaparezcas. Pero me oculto bajo este disfraz de pena con buen vocabulario, buscando que la compasión se convierta en deseo.
Gracias a este disfraz, vos no sabés quién soy. Y como no sabés quién soy, quizás sí estuviste esa noche. Y quizás yo no te imaginé, yo te vi, oculto entre las luces y el alcohol. Y quizás, desde ese momento empecé a escribir, pensando en que vos, justo ahora, me estás leyendo.
Y quizás, solo quizás, vos también me viste.
Comentarios
Publicar un comentario