La zona del futuro exagerado
En este lugar yacen todos esos tiempos futuros que mi mente, a veces sola y a veces guiada por el corazón, construyó. Mi intelecto, entiéndame, casi no puede quedarse con las situaciones del presente. Al contrario: la proyección es su forma de supervivencia. Y vaya si sobrevive: por donde usted está pasando ahora se han librado las batallas más cruentas entre los mejores y los peores escenarios, entre la ilusión y el temor y entre los tesoros y el descarte.
Así, por ejemplo, ya me imaginé viajando a la otra punta del mundo para acompañar en su nueva vida a una joven que en realidad acabo de conocer, mientras que también lloro porque la dejé ir y descarto volver a conocer el amor. También declaré mi fidelidad a una mujer que no me conoce y le juré la muerte a personas cuya cara ni siquiera concibo. Hasta hice una enorme confesión de un amor que no tengo a una mejor amiga que jamás será otra cosa que eso y me peleé una y mil veces con personas a las que nunca les discutiría ni una letra.
¿Entiende lo complejo de esta zona? Es imaginación, pura, dura y constante. Vaya uno a saber a cuántas personas aquí salvé de accidentes que no ocurrieron y la cantidad de veces que me morí en ataques inexistentes. Festejé hasta el cansancio logros que nunca alcancé y llegué a secarme las lágrimas de un corazón que nunca se me rompió del todo.
Aprendí, por las dudas, un poco de francés: alguien me dijo que viajaría allí, y… ¿Qué si yo debo acompañarlo? También ensayé mi propuesta de casamiento: será con los recuerdos de cada una de nuestras citas. ¿Dónde fueron? No lo sé. ¿Con quién? Tampoco podría responderlo. De todas formas, también exageré el otro futuro posible: ya está escrita la carta de desamor y melancolía porque la relación terminó de manera repentina.
No son pronósticos. Aquí no hay evidencia. Tomo apenas detalles de la realidad para crear un futuro que, en la mayoría de los casos, es imposible. Por eso los guardo en este lugar. Así es que me puede ver extrañando a horrores a mi mejor amigo, porque en algún momento lo pensé en la otra punta del mundo, o también llorando en el funeral de alguien que bien vivo está. Puede hurgar entre los miles de papeles. En este de aquí, por ejemplo, está el discurso de agradecimiento por ganar el concurso al que no me presenté.
Le pido ahora que gire su cabeza. Ahí, justo ahí, está lo que nadie quiere ver: los cadáveres. Cada vez que nace una imaginación, también nace su verdugo. Un pensamiento se construye al mismo tiempo que una voz que lo intenta asesinar. Es un castigo, mío y de los demás: en el mundo de hoy, proyectar está muy mal visto, ¿no lo cree?
Mis futuros exagerados no son un gran motivo de orgullo: hacen mi realidad bastante más insulsa. Antes que apuntar a un escenario casi sin evidencia, prefiero recurrir a procesos que garantizan un éxito mediocre. Solo hago lo que sé que funciona y jamás me salgo del libreto.
¿Sabe por qué le cuento todo esto, estimado lector? Porque usted es el primer presente dejo entrar en mi futuro. Mire: allí se puede ver. Está el usted que ya leyó esto, lo guardó y difundió por todos lados. También está el que lo dejó en las primeras líneas porque lo consideró aburrido, o hasta está el que llegó al final, nada más para confirmar lo pretencioso que sueno. Mire por sí mismo: hay muchos futuros exagerados más.
Si ya conoció esta parte de mi mente, también le permito conocer uno de mis más profundos secretos. Todos estos arrepentimientos, ilusiones, imaginaciones, deseos y temores salen por la misma puerta que ahora atravesará usted. Esa pequeña puerta es, en realidad, una pluma. Y con cada futuro exagerado yo escribo una historia. Usted, sin saberlo, estuvo escribiendo esta desde el momento en que yo le di la bienvenida.
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