Después del adiós



Yo no sé si creo en el último adiós. No siento que haya cosas que quedaron por decir, ni cosas que no se hicieron. Es más: me voy a oponer siempre a que hablen de promesas incumplidas.

Nada de eso fue consciente. Jamás tuve la intención, y sé que vos tampoco, de que ahora todo eso se convirtiera en lo que es. Así que no pienso permitir esa transformación. Ya demasiadas cosas cambiaron. Prefiero, por un tiempo, mantenerme en el aburrimiento de la normalidad y de la rutina.

Porque si me pongo a pensar, yo te dije que me ibas a ver de novio. Te dije que la ibas a conocer, y que te iba a gustar tanto que me ibas a querer más, solo por eso. Te dije que íbamos a bailar una vez más, te dije que teníamos que discutir sobre literatura y ponernos de acuerdo con una canción. Te dije que te iba a contar una historia, y que iba a escuchar la tuya. Te dije que íbamos a viajar en el tren azul, que te iba a contar de cómo me fue en esa fiesta de disfraces y te prometí, sinceramente, que todo iba a estar bien. Te dije, muy seguro: "Nos vemos la semana que viene".

¿Es eso lo que duele? ¿O es lo que me prometí a mí mismo? Porque me propuse visitarte y no lo hice. Porque quería preguntarte qué es el amor, qué es la tristeza y qué es la constancia, pero no me animé. Porque me dije que iba a disfrutar cada abrazo, pero no hubo un punto de partida para cumplir esa promesa.

Tantas cosas que se resumen en que yo simplemente quería hablar de la vida, pero la vida no alcanzó. Yo no la alcancé.

Semejante oda a la nostalgia es deprimente. Y como tenemos esta perra concepción de que todo tiempo pasado fue mejor, me puse a ver fotos, revisar mensajes y recordar momentos. Y toda mi teoría se fue por la borda. Me di cuenta de que no me enseñaste nada nuevo, pero que me enseñaste todo lo viejo.

No me enseñaste a abrazar, pero con vos aprendí a disfrutar del abrazo. No me enseñaste a cantar, pero sí a encontrar en la música, la emoción. No me enseñaste a cocinar, pero sí a preparar la comida que le gusta a los demás. No me enseñaste a reír, pero sí a abrazar la sonrisa. No me enseñaste a llorar, pero sí a dedicarle lágrimas a aquello que lo merece. No me enseñaste a vivir, pero sí a aprender de la vida. No me enseñaste a morir, pero sí a mirar a la muerte en la cara.

Por eso es que no hay último adiós, ni arrepentimientos, ni promesas incumplidas. Vos ya cumpliste con todo. Y me regalaste todo el tiempo del mundo. Porque ahora, sea en un libro policial, en una zarzuela o hasta en una burbuja que se explota entre la felicidad de los niños, te voy a ver bastante más seguido. Y no será una despedida final, sino, más bien, un "hola de nuevo".






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