Arena movediza



Me levanté en una plaza. Cómo me emborraché anoche. ¿Qué hice anoche? ¿Me emborraché?

– Fue una noche complicada.

La lluvia adornaba las copas tiradas en el suelo y las botellas vacías. El viento se colaba por una rendija de la ventana y disipaba una atmósfera pesada y agotadora. ¿Dónde estoy?

– Hay que cuidarse. No nos puede volver a pasar esto.

– Es el abandono. Creo que es el abandono.

Las gotas de vino se mezclaban con el agua y formaban pequeños agujeros rojos en el piso blanco e insípido. ¿Era vino?

– No, no es sangre. Todavía no llegamos a ese punto. Y espero que no lleguemos. No valés lo suficiente como para el esfuerzo de una pelea.

– Es que soy reemplazable. Nadie se molesta porque yo no me molesto. Es más fácil abandonar mediante una razón insuficiente a quien todo consiente.

Había un olor a alcohol punzante. El cielo no decía absolutamente nada. En algún lugar del mundo sonaba un violín, que llegaba susurrando para adornar la tristeza.

– Es tristeza, no es melancolía. Mirá a tu alrededor. Pensás que das pena, ¿no? Te mirás a vos mismo con lástima.

– Es peor la tristeza que deriva de la impotencia. Prefiero que derive en enojo, agresividad, catástrofe. La tristeza es silencio, es un sufrimiento que daña desde un escondite perdido. Pero al menos los tengo a ustedes.

Le di un sorbo a una bebida cualquiera. Al menos anoche fue divertido. ¿Qué hice anoche? ¿Fue anoche? ¿O fue antes?

– Ya ni el tiempo podés manejar. Creo que estás perdiendo tu lugar. No sabés dónde estás, ni cuándo fue anoche, ni qué es eso que te suena a felicidad frustrada.

– Estoy desarrollando un concepto: el eureka de la soledad. Estar solo siempre duele, pero nunca tanto como cuando nos damos cuenta. Y caemos en la cuenta de que no fue de repente, que hasta le abrimos la puerta y conversamos un rato con ella antes de que nos ataque, cual asesino que se hace pasar por un amigo.

Quería recordar a los que estaban conmigo, porque ellos me mantuvieron cuerdo. Pero los sentía parte de un sueño: no podía verles la cara, quería y no podía abrir los ojos lo suficiente como para reconocerlos. ¿Para qué me emborracho así, si después no me acuerdo de nada?

– El ser humano es un ser extraño. Transforma a sus problemas en arena movediza. Vos, por ejemplo, querés escaparle al olvido. Y para eso tomás: para olvidarlo. Y así, te acercás cada vez más a ese supuesto enemigo que juraste derrotar.

– Las lágrimas de un ebrio son las más sinceras. Y las de un ebrio solo son las más tristes. Es una honesta desesperación por volver el tiempo atrás, por entender que son culpables de su propio llanto.

No estoy en una plaza. Quizás tiene razón, estoy un poco perdido. Después del descontrol de anoche, es lógico.

– ¿Vos no querés ser como tu viejo, ¿no? Te gritaba agresivamente por cualquier cosa, a veces por nada. Y para que todos sepan que no sos como él, lo gritás y te ponés agresivo si alguien te dice lo contrario. ¿Ves? Arena movediza. Cuanto más te movés, más adentro te metés.

– Creo que acaba de alcanzar el eureka de la soledad. Mirá. Se acaba de dar cuenta que anoche no fue hace poco. Nunca se emborrachó, sino que vive en una constante náusea. ¿Ya habías pensado en esto, o te estás enterando ahora?

La luz de la luna me enceguecía, y el violín sonaba cada vez más fuerte y desafinado. ¿No hay nadie en este cuarto? ¿Con quién estuve hablando? Quiero irme, pero no sé hacia quién. No me gustaría estar conmigo mismo. ¿Alguien quiso, alguna vez, estar conmigo?

– ¿No entendés? Estás completamente solo.

El olvido tiene la inentendible capacidad de hacer más grande al vacío.

Comentarios

Entradas populares