Golpe de suerte
Yo ya no entiendo a mis amigos. Me decían que tenía que salir más, que debía buscar a la indicada, que ya era hora de darle una oportunidad al amor. Y ahora que les digo que por fin estoy enamorado, me dicen que soy un degenerado. Para mí, todo es perfectamente lógico: es un golpe de suerte.
Habrá llegado hace tres meses. La vi, junto con los demás que llegaban al laburo. La encontré en la lista que me habían mandado, así que sabía cómo se llamaba. Tenía dos mechones rubios en la parte delantera de su cabeza, pero el resto de su pelo era morocho. Era pálida. Y puedo jurar que, por un momento, cruzamos miradas. Pero nadie me mira en el trabajo, así que asumí que me había equivocado.
Mis amigos me dicen que trabajo solo, pero yo insisto en que no es así. Es verdad: soy la única autoridad en mi lugar de trabajo- Pero viene gente todos los días. Así que considero que ellos, aunque no me miran, sí me acompañan. No estoy solo. Y cuando la vi a ella (y estoy casi seguro de que ella me devolvió la mirada), sentí cómo todo ese vacío iba poco a poco desapareciendo. Tuve un impulso frenético por abrazarla, pero debí controlarme.
Acomodando algunos cajones y moviendo algunos papeles, me la encontré de nuevo. Pensé que había pasado solo una vez, pero si volvía era por algo. Y lo único que había ahí era un escritorio y yo. Y nadie se enamora de un escritorio. Podía ser una coincidencia, y así creí que sería hasta que la vi una tercera vez, con la mirada perdida, observando la nada misma. Hasta ese momento yo me sentía un muerto en vida, pero, si así era, a partir de ahí la muerte nunca tuvo mayor sentido.
Algunos amigos me abandonaron. Me dijeron que me la pasaba hablando de ella y que ya me había vuelto peligroso. No sé si está bueno tener esa clase de amigos, así que los dejé ir. Total, ya me había asegurado de verla todos los días, y con ella era suficiente. Nadie preguntó quién era y de dónde venía, les parecía horroroso que me enamorara de ella. “Envidia”, pensé. Y creo que tengo razón. ¿Quién tiene una suerte como la mía?
Un día me animé y me acerqué. Tomé su mano, esquelética y ligeramente fría, y ella no se soltó. Nos miramos a los ojos, y no hizo falta decir nada. Nuestros labios, juntos, fueron los que hablaron. Y, una vez que nos sentimos cerca, no nos separamos más. Vimos películas acostados en mi cama y nos reímos de las estrellas acostados en el pasto. La conexión se sentía en el aire, jamás había tenido tanto en común con alguien que conocía poco y nada. Y realmente siento que nos decíamos más en los silencios que en las charlas.
Ahora vivimos juntos, y mis amigos ya no me visitan. Yo voy a trabajar todos los días, porque sé que a la vuelta estará ella, sentada en el mismo sillón de siempre, esperándome. ¿Hay amor más grande que ese? No sé cómo pagarle todo lo que ella me da. Le compro perfumes y ropa nueva, pero creo que son nuestras charlas nocturnas lo que más nos llena. Ella, como nadie, me hace sentir escuchado. Y por fin puedo decir, sin miedo, que ya no me siento un muerto vivo.
Y también le digo que soy feliz donde estoy. Con los amigos suficientes y con el amor de mi vida. Antes de irme a dormir, la miro a ella, ya dormida, y le digo que estoy eternamente agradecido a mi trabajo por haberme permitido conocerla.
Cuando les cuento todo esto, mis amigos me miran asqueados. No les gusta lo cursi, quizás pensarán que soy demasiado meloso o hasta exagerado, pero de ahí a degenerado hay un largo trecho. No los entiendo. Deben envidiar mi suerte. Porque, seamos sinceros, ¿cuáles son las chances de conocer a tu pareja en el laburo al trabajar en una morgue?
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