Ojos cerrados
− ¡Galindo! Mire para acá. Preste atención.
Levantó la cabeza y vio un rastro de saliva que dejó en el banco. En el pizarrón había letras ilegibles y un garabato que podía ser muchas cosas, pero que no era nada. Sus compañeros miraban atentamente al profesor.
− Entonces, el amor no es una cuestión puramente química, como verán en el gráfico. ¿Entienden?
− Perdón. ¿Qué gráfico?
− Siempre en la Luna, Galindo. Venga al frente, vamos. Suba al escenario.
En el lugar había poca gente. La luz lo encandiló. El hombre se le acercó y le preguntó, en un susurro:
− ¿Alguna vez se enamoró?
− Sí. No. Bueno… No sé. Yo creo que seguí todos los pasos y aún así sigo teniendo dudas. Me parece muy injusto que yo haga las cosas como tienen que hacerse y aun así termino siempre igual: levantándome y dándome cuenta de que estoy solo. En cambio, otros van saltando como si el amor fuera un trampolín y no un precipicio. ¿Sabe lo feo que es no tener a nadie al lado?
Se escuchó una risotada en el fondo del teatro, que luego acompañó todo el público. Usó su mano derecha como visera e intentó divisar quiénes lo miraban a él. Eran todas miradas vacías. Había ojos sueltos, pero que le pertenecían a alguien más.
− ¿Qué pasos? ¿Quién le enseñó semejante estupidez? No hay una fórmula. Y tampoco está librado a la suerte. La concepción de amor de cada uno se forma según el amor que recibió. Y a usted, Galindo, lo quisieron tanto que ahora siente que tiene que devolverle todo ese amor a alguien más. Por eso no lo encuentra: hay pocas personas que merecen, o resisten, semejante entrega.
− ¡¿Y a mí que me importa?! – gritó. En el sobresalto, volcó café sobre su interlocutor. Todos se voltearon a mirarlo. Una mujer le sonrió, y él le devolvió la sonrisa seguida de un saludo patético.
− ¿Qué hace? No la conoce.
− Quizás así empieza mi historia de amor. Una sonrisa en un café, una noche frustrada en una fiesta, un asiento compartido en el colectivo… Y sin saberlo, uno se levanta con alguien acariciándole el pelo y prometiéndole que no lo va a abandonar nunca.
− No, Galindo, no. Deje de ilusionarse. Está bien soñar, pero no ilusionarse.
− Es lo mismo.
− Para nada. Uno se ilusiona cuando tiene al menos una razón, por pequeña que sea. Ya sabe lo que dicen: soñar es gratis. Ilusionarse no. Ilusionarse tiene un precio, porque esperamos la mejor alternativa sin saber si así será. Imaginamos el mejor final, cuando apenas vimos el principio. Completamos una cadena de eventos a partir de un único hecho.
− ¿Usted dice que yo sueño demasiado?
− Sí, sueña despierto. Venga, sentémonos acá.
Lo acompañó con la mano en la espalda hacia un banco en medio del parque.
– Usted crea una historia entera sin tener la base. Escribe sin un papel, ¿entiende? Es el mejor director de una película que ni siquiera usted va a ver. No toda sonrisa es significativa, así como no todo encuentro marca su vida para la eternidad. Si regala la chance de todo su amor a cada persona que le presta un poco de atención, ¿qué le queda al que finalmente será el amor de su vida?
− Pero si no le doy mi amor a nadie entonces me voy a quedar solo.
− Déselo a sus ilusiones, no a sus sueños. Galindo, deje de buscar, por favor le pido. Ya sé que no le gustan los clichés. A mí tampoco. Pero bien sabe que hay cosas que simplemente son verdad. Y “deje que el amor lo encuentre” es una de esas. Usted sueña con ojos abiertos y se ilusiona con ojos cerrados. Debe hacerlo al revés: solo una persona merece su mirada.
Se bajaron del auto y comenzaron a caminar por el estacionamiento.
− ¿Hace cuánto estamos hablando?
− Es su cabeza, Galindo. No la mía. Usted debería saber que no existe el tiempo acá.
− No le entiendo.
− Yo creo que usted sí se entiende. Me parece que la experiencia llegó a su punto cúlmine, ¿no es así? Finalmente aprendió. Y ahora va a dejar de soñar con eso. Después de esto, claro está.
− ¿Después de qué?
En la clase no había nadie. Se alejó del escritorio del profesor y recorrió los bancos vacíos. Miró al pizarrón, pero en su lugar había un cielo estrellado. Se dio cuenta de que se estaba por despertar, y que iba a estar solo. Pero no le molestó. Aunque tenía los ojos abiertos, los estaba por abrir de nuevo.
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