El color de lo que fuimos
No es que falten tus respuestas, porque siempre llegan si las pido. No es que no me quieras, porque tus palabras me muestran que ese cariño sigue vigente. No es que te hayas equivocado, porque todos sabemos que estás en la dirección correcta. No es que las cosas estén mal, porque todo sigue igual de bien. Quizás no igual, pero sí bien. O quizás no bien, pero todo sigue.
Pese a todo eso, te extraño cada día más. Pienso cuando hablábamos de todo, también cuando la nada misma era tema de conversación. Extraño compartir la soledad, porque sabíamos que, en realidad, no estábamos solos. Recuerdo dormir con el corazón tranquilo, porque si se dañaba tenía un auxilio inmediato.
¿Alguna vez viste una película en color sepia? Esa que no es blanco y negro ni tampoco de todos los colores. Eso siento que somos. Un color sepia. ¿Es color angustia? ¿O color desazón? No sé. Hace mucho que cierro los ojos cual niño durante una película de terror.
Acepto el distanciamiento de lo efímero, y hasta a veces lo fomento, pero no concibo el alejamiento de lo que es esencial. Y vos ya habías acaparado un poco de mi alma. Y no tengo ganas de forzar nada, porque lo nuestro nunca fue forzado e intentar que sea así sería ir en contra de lo que nos unió.
Y me invade la impotencia de no saber a quién culpar. No estoy seguro de que hayas cambiado. O quizás cambié yo. Me niego a aceptar que nada cambió y simplemente fue el paso del tiempo el que torció nuestros caminos. Me enojo con vos cuando no hiciste nada, me culpo a mí a pesar de que lo intenté todo.
Alguien, algo, o hasta la nada, fue construyendo poco a poco un agujero que se agigantó sin pedir permiso ni hacerse notar. Es como si nos hubiéramos ido a caminar y, al volver, todo lo que era ya no lo es. ¿O sí? Quizás yo solo veo ese vacío, y no puedo quejarme porque todos pensarán que estoy loco. ¿Así se siente estar loco?
La bronca me exige un grito desaforado, pero no puedo hacerlo porque la angustia me quitó las fuerzas. Detesto pretender que no pasa nada, pero esa es la decisión que tomo todos los días. Y también pierdo diariamente la batalla contra lo inevitable: antes que vernos a veces, es mejor no vernos en absoluto.
Así que eso voy a hacer. De eso se trata este mensaje. Lamento avisarte de esta manera, sin dar la cara, pero mirarte a los ojos es lo más difícil a lo que me enfrenté en el pasado. Y sabés que no soy lo suficientemente fuerte para tener esa última imagen toda mi vida. Prefiero recordar tu mirada como la última vez que la vi: pura, ingenua, ignorante. Olvidar será imposible, pero me siento confiado en que podré moldear mis recuerdos para que, cuando mire para atrás, crea en que lo nuestro siempre estuvo teñido de color felicidad.
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