Ensayo mental sobre las (im)posibilidades

 


¿Será que los imposibles sí existen? Revolví el té para un lado y para el otro. ¿Será que hay cosas que no se pueden alcanzar? Puse dos sobrecitos de azúcar enteros. ¿Por qué nos quisieron convencer de lo contrario? Miré alrededor, y nadie atinó a contestarme. ¿Cómo se rompen los imposibles? ¿Si se rompen, fueron alguna vez imposibles? Tenía que volver al trabajo. Busqué complicidad en el reloj, pero no la encontré: frenar el paso del tiempo es imposible.

De vuelta hacia mi escritorio, continué con mi ensayo mental. No es difícil encontrar imposibles. Número uno, a mi derecha: el escritorio del jefe. Jamás podría llegar a ese lugar. Número dos, atrás mío: el reloj. No se puede parar el tiempo. Número tres, justo enfrente mío: la mujer con la que jamás podré estar. Ya tiene una persona para toda su vida. Número cuatro, en la ventana: un avión. Nunca podré irme de acá, y volar toda mi vida.

Sentado en mi rincón, me niego a que los imposibles existan. En realidad, siempre hay un elemento que los rompe. Hay algunos imposibles que dependen de la tecnología. Antes era imposible volar, y ahora hay aviones por todos lados. Era imposible charlar con alguien del otro lado del mundo, pero llegaron los celulares. Era imposible curar cientos de enfermedades, y sin embargo los hospitales tienen cada vez más áreas y más remedios.

Hay otros imposibles que, en cambio, dependen pura y exclusivamente de la valentía. ¿Quién hubiera imaginado que era posible escalar el Everest? ¿Quién hubiera pensado que se podía sobrevivir en la soledad del desierto? ¿Quién, en toda la historia, siquiera consideró que había una mínima posibilidad de componer sinfonías enteras sin escuchar el más mínimo sonido?

Existen otros imposibles más llanos, que ya dependen de las decisiones y de la comodidad. Tener hijos imposibilita una vida sin responsabilidades, por ejemplo. Por otro lado, es muchas veces más cómodo decir que algo “es imposible”, y dar razones lógicas para ello, en vez de ir a buscarlo.

Me puse a teclear números que solo servían para un registro contable mientras analizaba de qué dependen los distintos tipos de imposibles. Me pareció pertinente aclarar que hay imposibles más y menos importantes. Es imposible que haya un sobrecito que tenga azúcar ilimitada, y sin embargo nadie se verá afectado mortalmente por eso. También es imposible revivir a los muertos, y allí sí hay unos cuántos que se frustran por no poder hacerlo.

Hace como ocho años que tiene novio, y ya me dijo que se van a casar. ¿Por qué el ser humano apunta a lo imposible, y no se satisface con la enorme belleza de las posibilidades? Será una cuestión de querer lo que no tiene, quizás. El eterno deseo de más y más. Somos competitivos, también: buscamos desafíos y disfrutamos de extender los límites que ya muchos consideraban cimientos.

Recién se rio de mi eterna cara de distraído y, con sus ojos marrones y mirada colorida, introdujo un interrogante en mi ensayo mental. ¿Y si los imposibles fueran solo una cuestión de percepción? A medida que postergo mi trabajo y extiendo mi conversación con ella, empiezo a notar que esa posibilidad (me permito la redundancia) se vuelve una certeza.

Todo se cierne a las dos cuestiones más fundamentales de nuestra existencia: el amor y el tiempo. Uno piensa que es imposible volar sin alas ni aviones, pero la felicidad muchas veces se siente como un vuelo duradero. ¿Frenar el tiempo es imposible? Eso es porque no tuvieron una mirada profunda o un abrazo: momentos de eternidad con otra persona. No hace falta revivir a los muertos para sentirlos presentes.

El tiempo nos permitió desarrollar la tecnología. Junto al amor, fortaleció la valentía. Y ya sé que quizás sí sea jefe y que quizás sí visite todo el mundo. No me importa. En el viaje de vuelta, ella se durmió en mi hombro. No es imposible frenar el reloj. No es imposible que estemos juntos.

El amor ya está. Es solo una cuestión de tiempo.

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