Gramática de la melancolía
Afuera llueve. Y adentro... Adentro también llueve un poco.
No. Así no.
Estoy buscando las palabras justas para extrañarte. Necesito ordenar las letras para darle algún sentido a mi melancolía. Quizás alguno de estos párrafos te devuelva a vos, o al menos me devuelve todo lo que te dejé. Te lo dejé porque me dejaste. Me dejaste porque me dejé. Y yo maldigo el día en que perdí mi alma, porque, sin eso, adentro no estaría lloviendo.
¿Qué es lo que está nublado? No me atrevería a decir que solo es el cielo.
Tampoco son las palabras justas. Pero son las que me salen. En otro momento hubiera disfrutado de esta lluvia torrencial. Ahora ya no me gusta. En realidad, no me gusta nada. No me gusta nada que no seas vos. Y no es que quiero que seas mía, no quiero tenerte. Quiero que me tengas. Antes, la lluvia torrencial me hacía pensar en lo lindo que era saber que ya le pertenecía alguien, aun si la conociera o no. Ahora, acentúa el pertenecía. Y perdón por mi tendencia a la gramática, pero el tiempo verbal de pertenecía no es cualquier pretérito. Es el imperfecto.
Siempre te dije que creía en las casualidades, pero ahora busco descreer todo el tiempo. Sea que la gota cayó en tal o cual lugar, sea que tu foto mira a esa o a esta ventana, sea que la hora es 02:21 y esos números suman los meses que llevo extrañándote. El destino solo existe cuando nos conviene. Y hoy, ahora, es el momento perfecto para ser el creyente más devoto.
Algunos dirán que perdí la cabeza, pero yo sé exactamente dónde está. Pasa que no tengo el valor de ir a buscarla. Y hasta ahora vivir sin cabeza me salvó un poco. Siempre te quejaste de que yo era un tipo muy lógico, y quizás tu último acto de amor fue arrebatarme mi intelecto, para que no me encontrara pensándote todo el tiempo o, lo que es peor, retándome por no estar pensándote.
Hay demasiados pronombres en esta carta, y va a haber muchos más, te lo aseguro (ves, ahí fue otro). Pero lo que no va a estar es tu nombre. Porque con solo pensarlo me tiembla la pluma y mis dos intentos de escribirlo solo hicieron que arruine toda la hoja de papel. Así que, por ahora, seguirá estando escondido entre el odio a la lluvia y la devoción al destino.
¿Sabés qué es lo más triste de todo esto? Que ya no sé ni lo que extraño. Tu imagen es cada vez más borrosa y tu voz se hace difusa. En las fotos siento que ya no te conozco y tus cartas parecen sacadas de la escenografía de una pésima obra de teatro.
¿Te extraño a vos? Qué sé yo. Solo soy un fracasado sin cabeza. Intento no decirme que lo que extraño es el amor que te tenía, pero esa idea se desliza cada tanto y seduce a los rincones más oscuros de mi locura.
¿Y si el amor que te tenía era al amor que me tenías?
No. Jamás llegué a querer tanto a un sustantivo abstracto. Si hay algo que me enseñaron los momentos más feos que pasé en mi vida es que el amor a las palabras y a los gestos siempre termina por acabarse, porque nunca es suficiente. Cuando más lejos te sentía, en la muerte y en el enojo, en las peleas y la decepción, en el silencio y la impotencia; era cuando más te veía. Solo en esos momentos me reflejaba en tus ojos. Y si vos, a pesar de todo, me mirabas a mí, entonces yo te pertenecía.
Afuera el aguacero se está calmando, pero yo quiero que siga lloviendo. El sol va a hacer que se seque la tinta. Y yo, te confieso, prefiero que esté lo suficientemente húmeda como para borrarla de un sacudón. Borrarla tan rápido que no tenga ni tiempo de arrepentirme, tan repentinamente que sienta que valió la pena. Que deje todo en el olvido porque alguien tocó mi puerta. Pero la puerta no se abre. Ni siquiera suena. ¿Por qué lo haría? El movimiento o el sonido solo lo puede causar una persona, y hace días que no hay nadie del otro lado.
Tantas veces deseé que alguien te diera la felicidad que yo no pude. Casi las mismas, quizás más, fueron las veces en que me dije que solo yo podía dártela. Pero todas las veces mentía. Yo jamás te daba nada, solo devolvía en cuotas lo que te había robado. Sí, te estafé. En el intercambio de almas, vos me diste ingenuamente la tuya como si valiera lo mismo que la mía. Pero tu alma contenía mucho más que lo que estabas recibiendo a cambio. Ahora no sé qué hacer con todo lo que tengo, y hasta me da vergüenza pensar en lo poco que te dejé.
¿Con qué te quedaste? ¿Conmigo en mi plenitud, o con mi cuerpo sin alma? ¿Encontraste mi alma? Espero que la tengas vos porque, si no, la perdí para siempre.
Dejo de escribirte porque golpean mi puerta. Solo pueden ser dos personas. O es la muerte que vino a buscarme o es mi vida que llegó a reclamarme.
Tengo miedo. Porque vos, me doy cuenta ahora, podés ser cualquiera de las dos.
Ya no sé si quiero que siga lloviendo.
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