A sin B

No creas que no te extraño. No creas que te olvidé. Todavía se escucha tu risa entre las tostadas y el café. Lo intenté muchas veces: escuché canciones, miré películas, salí a correr. Pero era como si estuvieras en todas partes. Omnipresente.
Me insistieron con que hay muchos peces en el agua y que el tiempo lo cura todo. Los típicos clichés. Te juro que al principio los odiás, pero después los entendés. Son verdades a medias: no todos los peces son iguales ni hay curación sin cicatriz. El problema fue que de tanto tomar esos antídotos a la tristeza, me hice inmune. Resistente.
También me advirtieron de que no caiga en adicciones: drogas, alcohol o apuestas en internet. No me dijeron que extrañar era peor que esas tres. Es que, si extrañar es regresar a los buenos momentos, ¿cómo no voy a volver? Claro que eso se transformó en un problema: vivía tanto en los recuerdos que me olvidé de la realidad. Te soy sincero: me volví loco. Demente.
Cuando uno está loco de amor, lo notan todos. Cuando uno está loco de abandono, nadie lo ve. No recuerdo quién decía que una pérdida no es solo que A pierde a B, sino que A también pierde lo que A era con B. Por eso no es no soy el mismo porque cambié. Es porque una parte de mí ya no está y, aunque la pida, no va a volver. Inexistente.
La soledad es silenciosa, sutil, asesina. Es un veneno que tomo con cada sorbo del té. Los sueños funcionan como un rescate los primeros días, pero se vuelven pesadillas poco después. El sol me hacía llorar, la noche me quitaba la mirada y las nubes me recordaban a tu piel. Ya no sé si te buscaba a vos, a mí, o a la felicidad. Pero mi vida empezó a dar vueltas en espiral. Descendente.
En un momento de claridad me di cuenta de que no podía seguir así. Estaba mal, estaba perdido, me descuidé. Hasta ahora había buscado la puerta, sin saber que nunca hubo pared. Me fui caminando, pero ya no te perseguía, sino que me dirigía al amanecer. No voy a decir que no te cruzaste en mi camino, pero eras otra de las tantas caras por las que me alegré. Creo que hasta me respondiste. Sonriente.
Una vez que salió el Sol, seguí con mi vida. Era casi una obligación después de todo lo que lloré. Caminaba con el sol, me bañaba con la luna y festejaba cuando empezaba a llover. Conocí a una persona que ahora tengo el orgullo de decir que es mi mujer. Nada de pensar en el pasado ni suponer el futuro. Mi regalo es esto, es hoy. El presente.
Ya mi vida es otra. Puedo decir que ya cambié. Pero me gustaría verte de nuevo. Y, por qué no, invitarte a comer tostadas y acompañarlas de un café. Todo sea por escuchar tu risa de nuevo, por primera vez. Porque, aunque haya pasado mucho tiempo, no creas que no te extraño. No creas que te olvidé.
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