Misdirección



Los dos lo sabemos. Las cartas ya están sobre la mesa y la jugada ya está más que clara. Vos, sutilmente, ya hiciste una propuesta. La hiciste con tu risa y tus chistes, la hiciste hablándome sin razón y la hiciste con tus celos disfrazados de sarcasmo. Y yo ya la acepté, contándote de mi vida, escuchándote hasta el hartazgo y pidiéndote que escuches las canciones que a mí me gustan, y que espero que a vos te gusten también. Es nuestro truco de magia.

O, en realidad, así lo creía. Los magos lo hacen así: te distraen para que el truco, que pasa enfrente de tus ojos, pase desapercibido. "Misdirección", le llaman. ¿Viste cuando te piden que mires una carta o un objeto que tienen en una mano? Mientras tanto, con la otra, hacen desaparecer o aparecer el verdadero truco. Eso hacíamos nosotros con los demás.

No es que fuera nada secreto, simplemente éramos abiertamente divertidos y felices frente a los demás, y nuestras charlas por teléfono pasaban desapercibidas. No las negábamos, no. Pero no las contábamos. Para quien nos viera, no éramos más que buenos amigos. En cierto punto, ese mundo secreto que compartíamos era una de las razones por la que lo disfrutaba tanto.

Pensamos que el mundo no sabía nada. Y no tenía por qué saberlo: no habíamos dicho ni una palabra. Ni siquiera entre nosotros. Los dos sabíamos que existía, y teníamos cierta idea de que el otro también (al menos así lo sigo pensando yo). Era una misdirección tan perfecta que ni el mago sabía la realidad.

Era cuestión de decir que sí, nada más. Pero ese sí era una respuesta, y todavía no había pregunta. No sé si es que éramos celosos como los magos y por eso no queríamos revelar nuestro truco, pero lo que sí sé es que buenos magos no somos, porque nuestro secreto dejó de serlo para todos menos para vos y yo.

Tu mamá te preguntaba por mí y mis amigos me insistían en que dejara de mentirles con que no había nada. No son pocas las personas que hicieron la pregunta que esperábamos que saliera de uno de nosotros, y eran bastantes las miradas cómplices ajenas que se colaban entre nuestras conversaciones.

Yo te hacía chistes y vos me pegabas ligeramente en el brazo mientras te reías. Vos me describías a la perfección y yo te respondía que no me conocías ni un poquito. Era nuestra nueva misdirección, tácita como la anterior: negarlo una y otra vez. Cambiábamos de tema rápidamente si nos preguntaban, la confrontación la enfrentábamos con más confrontación y nos limitábamos mutuamente, porque sabíamos que, si algo empezaba, el final no era nada claro.

¿Por qué la misdirección? Quizás porque pensar en la posibilidad de un final era algo muy temeroso y que revelar el truco significaba terminar la función. Ser magos es muy divertido. Eso lo sé, lo sabés, lo sabemos. Así que seguíamos sonriendo cuando el otro entraba y seguíamos buscando hacer que el otro cayera en la trampa de confesarse para así calmar la falsa duda que guardábamos adentro.

Teníamos dos palabras mágicas. Frases, en realidad. "Sí, pero..." y "No, porque..." eran la salida imperfecta para cuando alguien describía la realidad. Nuestras charlas se convirtieron en verdaderas conversaciones y las risas de compromiso, en sonrisas sinceras. No había más que una excusa que separaba nuestro proyecto de su puesta en práctica. La misdirección, quizás, era para con nosotros mismos. De los dos, para los dos.

En un día de sol, como todos los que nos juntaban, te vi sonreír cuando entraste. Pero sonreíste antes de verme, no después. ¿Un truco bajo la manga? No me equivoqué. Me saludaste con beso, pero sin abrazo. No me mostraste la canción que venías escuchando. Y ahí es cuando escuché una pregunta: "¿Cómo fue?". "Espectacular", contestaste, "creo que me gusta en serio".

Al final, la experta en misdirección eras vos. Nunca fue un truco compartido. Yo soy solo un mago principiante que —ahora lo sé— tiene mucho por aprender, mucho por practicar y, sobre todo, mucho por extrañar.


Comentarios

Entradas populares