Aprender a llorar
Hace unos años que había empezado el teatro. Me distraía, me ayudaba. Pero este año, en la muestra que me tocaba hacer, tenía que llorar. Nunca había llorado intencionalmente y, al intentarlo, no podía lograr que pasara. Intenté con todo: videos, canciones, textos y hasta recuerdos. Todo fue en vano. Siempre supe que no era una persona de llorar, salvo que el golpe fuera fuerte.
Llorar fue siempre para mí un concepto esquivo. De alguna manera u otra canalizaba mi tristeza mediante el vacío. Simplemente dejaba que mi corazón admitiera un agujero. Y durante días o semanas vivía mi vida como si todo fuera un horrible deja vu. Quizás mi concepción y proceder frente a la tristeza y el desgano era equívoca o errada, pero fue mi manera y así la internalicé.
Sin embargo, esa tristeza nunca había tenido que manifestarse frente a un público. De hecho, nunca se había manifestado ni siquiera frente a una sola persona. Desde chico entendí que la tristeza era sinónimo de soledad, y no existía una sin la otra. Porque, pensándolo bien, ¿cómo se puede estar triste cuando no se está solo?
Dejé de lado todas estas reflexiones que eran bastante inútiles a la hora de lograr mi cometido, y un tanto decepcionado y bastante perdido, fui a ver a mi profesora.
Es una señora grande, tendrá ya 75 años. Sin embargo, esas son puras adivinanzas mías, ella se ve fantástica y no parece que los años le pasen factura. La había tenido mis primeros años, fue una especie de mentora para mí. Su marido había fallecido y sus hijos estaban en otro país.
El teatro, dice ella, le salvó la vida. Me parecía genial que el arte pueda ayudar en la realidad. De alguna extraña manera, la ficción se hacía presente en lo mundano y la sacaba del vacío. Se viste con colores fuertes y bufandas largas. Se pinta los labios y se maquilla la cara. "Siempre hay que estar preparado para encontrarnos con el amor", decía, "y prefiero hacerlo bien vestida". No creo, sin embargo, que lo vuelva a encontrar. Pero ella lo espera, paciente, no deja que nada la turbe. En el fondo, creo que ella también sabe que no llegará. Y espera elegantemente la noticia de que ese amor ya se fue. Quiere estar bien vestida para recibir la tristeza, porque al menos así la recibirá “con buena cara”.
Toqué la puerta. Escuché levemente cómo se levantaba de su silla y, lentamente, se iba acercando a la puerta, no sin antes pasar por el ropero y buscar su bufanda de plumas violetas. Percibí cómo corrió el banquito, se subió y me observó a través de la mirilla de la puerta. Se bajó lentamente y me abrió con una sonrisa.
— Vení, pasá. Justo había preparado un café. Sentate.
Sacó un juego de tazas de porcelana, decoradas con flores y mariposas. Sirvió café en dos y guardó las demás. Se nota que estaba caliente, porque una gota cayó por el costado de la taza y me quemó. Pegué un grito y casi la tiro.
— Bueno, che. No es para tanto. No te vayas a poner a llorar
Me reí. — Es justo lo que necesito — contesté. —Necesito que me digas cómo.
Su cara cambió. Me miró directamente a los ojos y me dijo:
— Llorar no es para cualquiera. Uno debe aprenderlo, e identificarlo— me dijo con total seriedad. — La vida requiere de lágrimas, llorar debe tener un significado. No puede ser así nomás, forzado.
Primera lección, entonces. Lo importante e impresionante de ella es que cuando enseñaba, no mostraba sólo la teoría. Todo se enmarcaba en una acción más trascendental, donde la vida se entremezclaba con el teatro hasta formar una gran mixtura de experiencias.
— Hay muchas causas del llanto. De nuevo, no puede ser forzado. Uno debe encontrar por qué llorar, más allá de que en escena se vea una causa diferente. El llorar puede estar perfectamente actuado, pero si no hay un sentimiento detrás, de nada sirve.
Se la notaba concentrada, hasta preocupada. Como si las lágrimas significaran mucho más para ella que solo gotas de agua cayendo por nuestra cara.
Dejó la taza a un lado. Prendió las luces, abrió un cajón y sacó una carpeta. Con sus dedos repletos de anillos, empezó a buscar algo, hasta que sacó un papel viejo, arrugado, doblado por la mitad.
− ¿Por qué mejor no lees esto?
Lo abrí, y tenía unos versos escritos
Llorar por tristeza, llorar por dolor
Llorar por nostalgia, o por amor
Llorar por impotencia, también frustración
Llorar porque esa persona que buscabas no apareció
Las lágrimas no tienen contención
Cuando esa persona que las mantenía desapareció
A veces las cosas no salen, qué horror
A veces eso que buscabas nunca se encontró
Llorar por una persona
Llorar cuando estás sola
Llorar encerrado, llorar de emoción
Llorar por tener roto el corazón
¿Quién frena el llanto ante el rechazo?
Imposible no llorar con el corazón hecho pedazos
El recuerdo vuelve y revuelve
Entonces salen las lágrimas cuando el nudo se disuelve
Llorar por costumbre, o por reacción
Llorar por ese amigo que falleció
Llorar la familia, o el desamor
Llorar por tu hijo que jamás nació
Uno llora a esos que no vuelven jamás
Sea tu amigo, tu hermana o tu papá
La persona que tanto querías se debió ir
¿Alguna vez tuviste ganas de morir?
Llorar ante la enfermedad
Llorar al ver en el mundo tanta maldad
Llorar para extrañar, o llorar de pena
Llorar con un verso, llorar con un poema
A veces la naturaleza es impiadosa
Ya ves, si las que pinchan son las rosas
Cuántas emociones brinda la literatura
Y cuántas más un corazón que ama con premura
Llorar la muerte o llorar la vida
Llorar el dolor de una partida
Y aunque a veces alguien se tenga que ir
El último verso estaba borroneado. La miré desconcertado. Mis emociones se habían lanzado como un caballo salvaje y no tenían el cierre que necesitaban. El nudo en mi garganta estaba más apretado que nunca, me dolía el corazón, pero nada apresuraba las lágrimas.
—Falta... Falta un verso — le dije.
— Nunca me atreví a olvidarlo — me respondió. — Al principio no lo quería ni ver. Me negaba a aceptarlo, aunque fuera la verdad. Mi marido escribió eso — me contó. — ¿Vos sabés qué le pasó?
Le respondí que no, pero que por favor me contara. En realidad, lo único que quería era conocer ese último verso y llorarlo, sentirlo y darle un sentido a ese hermoso poema.
— Siempre tuvo algo distinto. Viste que hay personas así, y cuando uno las ve se da cuenta inmediatamente. Lo distinto, sin embargo, no siempre es percibido como algo bueno. Vivió muy solo, a él le gustaba observar la belleza en las copas de los árboles aunque en su pueblo hubiera una guerra.
Empecé a imaginar esa vida, algo ya sabía de ese hombre de pueblo chico y, como dice el refrán, el infierno era grande. Su pueblo sufrió una guerra terrible, él había tenido que padecer hambre, muerte y desolación. Y aunque después se mudó y se fue a la ciudad, y se hizo una importante carrera, nunca se alejó de el recuerdo de lo que fue.
— En su cara siempre hubo un ápice de tristeza. Aun en el día en que nos casamos, y en el nacimiento de nuestros tres hijos. Yo creo que hubo algo en su vida que nunca pudo alcanzar, pero dudo que alguna vez lo vaya a saber. Y aunque a veces transpiraba soledad, lograba convencernos con una sonrisa. Era imposible verlo triste. Puede parecer una mentira, pero en cuarenta y dos años de casados, nunca lo vi preocupado por nada.
Mi profesora ya no me estaba hablando a mí. Estaba mirando la ventana que estaba atrás mío, observaba el cielo y su lejanía.
—Me enamoré completamente, y él también. Tuvimos una vida lindísima. Tres hijos, que fueron tres enormes regalos; nuestra propia casa y una memoria llena de recuerdos.
Se detuvo. Se limpió del ojo una pequeña gota que quería salir.
— Pero la vida, ¿no? Te pega cuando menos lo esperas. Íbamos a estar solos tras muchos años, mi último hijo se iba del país. Y a las semanas le diagnosticaron cáncer. Fue fugaz, con el diagnóstico vino la sentencia de muerte. Y así terminé mis días con él, viéndolo apagarse, poco a poco. Nunca lloré tanto en mi vida. Él, en cambio, siempre una sonrisa. No le vi ni una lágrima.
Paró de hablar, y se acercó hacia donde estaba, mirando el papel.
— Días después de su muerte encontré este papel en su mesita de luz, se ve que lo hizo a mis espaldas. Lo hizo para mí. Dámelo.
Se lo entregué, y se fue de la habitación. Tardó unos cuántos minutos en volver. Vino con dos papeles iguales.
— Tomá, llévatelo. Es el original. Ya lo tuve demasiado. Espero que te sirva.
Me acompañó a la puerta, y con lágrimas en los ojos me despidió. Me agradeció por todo y me deseó suerte. Desde ese día no volví a escuchar de ella. Y nunca me dijo la última frase.
La vida me llevó por otros caminos, el teatro evidentemente no era lo mío y afortunadamente lo descubrí temprano. Al final, nunca necesité del llanto en toda mi vida.
Meses después encontré el papel que me había dado. Estaba buscando otra cosa, pero se me cruzó por casualidad. Lo agarré, y vi que tenía una escritura afuera.
"Para Isabel. Para que cuando me recuerdes, sepas que lo que siempre quise está en el último verso. Te espero arriba"
Volví a leer el poema entero. Llegué a la última estrofa, y lo encontré.
Llorar la muerte o llorar la vida
Llorar el dolor de una partida
Y aunque a veces alguien se tenga que ir
Recordá que llorar siempre es para volver a sonreír
Y aunque empecé a llorar desconsoladamente, a llorar por todo por lo que no había llorado en mi vida, miré al cielo y, poco a poco, se empezó a dibujar en mi cara una inusitada pero reconfortante sonrisa.
Me encantó!
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