La leyenda de la noche
¿Que tendrá la noche, no? ¿Qué es eso que tiene que nos cautiva? ¿Qué será lo que nos hace sentir que la noche es promesa de algo nuevo? ¿Qué tiene, que nos hace iluminarnos, aún cuando estamos en plena oscuridad?
Porque la noche la usamos para salir, la usamos para bailar, para tomarnos un trago, o a veces unos cuantos. Nos hace liberarnos, nos hace conocer, mirar a lo lejos. Ese misterio que tiene nos cautiva. Esa lejanía se nos hace cercana y casi que la podemos sentir en nuestro interior. Porque es oscura, sí, pero esa misma oscuridad es la que nos seduce. La noche es elegante, es arreglada.
La noche, cuando empieza, saca lo más refinado de nosotros. Lo que pasa después es otra historia, una historia que la misma noche va guiando, sin darnos cuenta. Silenciosa, sutil y sagaz. Nos va mostrando un camino. Nosotros lo seguimos. Seguimos una esperanza. O quizás una leyenda. La leyenda de la noche.
Esa leyenda que corre por las calles y las bocas de la gente, de esas y aquellas noches, de esta o de otra, de una en particular. Esa leyenda que todos conocemos, pero que nadie puede explicar. Esa leyenda de que lo mejor está en la noche. Imaginamos largas caminatas, charlas eternas y abrazos fuertes. Pensamos risas, riesgos, llantos también. Pensamos en miradas profundas, en mensajes que se dan solo con mirarse. Todo es mejor, si es a la noche. Concebimos en nuestra cabeza nuestra propia idea del amor, y la manera en la que lo encontraremos.
La noche guarda recuerdos, los deja entre sus sombras, solo para sacarlos a la luz cuando ella vuelve. La noche se entremezcla con la música, con la danza y con el arte. La noche se escabulle entre los pasos de los bailarines y entre los besos de los románticos. La noche camina con los amigos, crea con los artistas. La noche nos piensa de la misma manera en que nosotros pensamos en la noche. Y nos libera.
La noche es la que nos saca la timidez. ¿Estaremos seguros en ella? La noche es esa misma que nos hace sentir bien, aún cuando estamos solos. La noche nos hace ser nosotros mismos, nos hace liberarnos, dejar atrás todas esas inseguridades y esos miedos que se ven a la luz del día. Estas sombras que tenemos se pierden cuando cae el sol. Y ahí, en la oscuridad, desaparecen. Por un tiempo, por un rato. Y es ese rato, en esa intimidad, pero a la vez en esa libertad, que elegimos quiénes somos. No tenemos sombras, en la noche lo único que podemos dar es luz. Si no, desaparecemos.
Y nadie quiere desaparecer. La sola idea de no existir nos asusta y nos repele. El pensar que nos perdemos en las sombras da miedo. Por eso mismo la noche también es tenebrosa. En la noche a nadie le gusta estar solo, cuando su miedo real, es el de no estar solo. El miedo de la noche es el miedo a lo desconocido, o a desconocidos. Pero una vez que entendemos que lo conocido es poco y es la incertidumbre la que nos mueve, ya no tenemos miedo a estar solos. Y tampoco tenemos miedo a encontrarnos.
Es la noche la que ha formado incontables historias de amor. Esa oscuridad nos lanza a dar el primer beso, a agarrarle la mano a la otra persona. Nos envía a mandar un mensaje, a irnos a buscar. Nos proyecta hacia una anécdota que contar. Cuántas amistades se han formado en la noche. Cuántas peleas también. Cuántas veces pensamos en las ganas que teníamos de que la noche no termine. Cuántas veces vimos esas oscuridades desaparecer y quisimos volver el tiempo atrás. Cuántas veces escuchamos los ruidos de la mañana, y añoramos de nuevo el silencio.
Quizás será el silencio. Quizás será nuestra posibilidad de ser luz. Quizás será la posibilidad de escribir historias, una nueva cada noche, o una larga en muchas noches. Quizás será la noche. Esa noche que nos permite ser quien queramos, como queramos, con quien queramos. Esa noche que nos da la posibilidad de crear, de sentir, de vivir a nuestra manera.
Porque, a fin de cuentas, cuando se acabe la noche, cuando las luces del día vuelvan, tenemos la oportunidad de empezar de nuevo.
Y por las calles volverá a circular, una vez más, la leyenda de la noche.
Porque la noche la usamos para salir, la usamos para bailar, para tomarnos un trago, o a veces unos cuantos. Nos hace liberarnos, nos hace conocer, mirar a lo lejos. Ese misterio que tiene nos cautiva. Esa lejanía se nos hace cercana y casi que la podemos sentir en nuestro interior. Porque es oscura, sí, pero esa misma oscuridad es la que nos seduce. La noche es elegante, es arreglada.
La noche, cuando empieza, saca lo más refinado de nosotros. Lo que pasa después es otra historia, una historia que la misma noche va guiando, sin darnos cuenta. Silenciosa, sutil y sagaz. Nos va mostrando un camino. Nosotros lo seguimos. Seguimos una esperanza. O quizás una leyenda. La leyenda de la noche.
Esa leyenda que corre por las calles y las bocas de la gente, de esas y aquellas noches, de esta o de otra, de una en particular. Esa leyenda que todos conocemos, pero que nadie puede explicar. Esa leyenda de que lo mejor está en la noche. Imaginamos largas caminatas, charlas eternas y abrazos fuertes. Pensamos risas, riesgos, llantos también. Pensamos en miradas profundas, en mensajes que se dan solo con mirarse. Todo es mejor, si es a la noche. Concebimos en nuestra cabeza nuestra propia idea del amor, y la manera en la que lo encontraremos.
La noche guarda recuerdos, los deja entre sus sombras, solo para sacarlos a la luz cuando ella vuelve. La noche se entremezcla con la música, con la danza y con el arte. La noche se escabulle entre los pasos de los bailarines y entre los besos de los románticos. La noche camina con los amigos, crea con los artistas. La noche nos piensa de la misma manera en que nosotros pensamos en la noche. Y nos libera.
Ese silencio que nos cuida y nos envuelve. Ese silencio que se mezcla con una brisa que roza nuestra cara, o con las gotas de lluvia que tocan nuestra piel. Esa calma externa lleva a una paz en el corazón. El mundo frena, las preocupaciones se van. Ese río turbio que corre en nuestra cabeza, todos esos problemas que trae el día, ese aburrimiento de la rutina, ese apuro por llegar a tener todo listo, se calma. Ya habrá tiempo para volver a la rutina. Por algo también la llaman el día a día.
La noche nos da ese silencio que no podemos encontrar bajo el sol. Ese silencio que nos hace escribir y nos hace pensar, nos hace tener charlas sobre lo más profundo de la vida. Ese silencio que nos permite soñar y, quizás por un rato, cumplir ese sueño.
La noche nos da ese silencio que no podemos encontrar bajo el sol. Ese silencio que nos hace escribir y nos hace pensar, nos hace tener charlas sobre lo más profundo de la vida. Ese silencio que nos permite soñar y, quizás por un rato, cumplir ese sueño.
Porque, a fin de cuentas, cuando se acabe la noche, cuando las luces del día vuelvan, tenemos la oportunidad de empezar de nuevo.
Y por las calles volverá a circular, una vez más, la leyenda de la noche.
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