Mi magnífica pesadilla



Dicen que cuando uno sueña con alguien, es porque esa persona está pensando en nosotros. Nunca entendí a qué se refería esa suposición.

Me levanté. ¿Otra vez? Me enojé. Mi cabeza me sigue jugando una mala pasada. ¿Cómo podía ser que haya soñado otra vez con la misma persona? No quiero más. ¿Existe una manera de hacerle entender a nuestro cerebro que no puede jugar con nuestro corazón? Uno me confunde en el día y el otro me atormenta por la noche. Y mi alma no puede controlarlos a los dos.

Los sueños repetidos se sufren aún más cuando me acuerdo de que esta persona no me conoce. No, no es un famoso, eso es tan sólo un intento inútil de nuestra mente por disfrutar de lo superficial. Esta persona es alguien de carne y hueso, a quien vi un par de veces, pero ella nunca me vio a mí. Lo más probable es que no sepa de mi existencia.

Me la crucé un par de veces y quedó signada para siempre. Y ahora mi cerebro la utiliza en cada una de mis fantasías, en todos mis anhelos y situaciones imposibles. Es un sueño lleno de belleza, pero una belleza que desaparece cuando me levanto. Y eso lo convierte en una pesadilla. Una magnífica pesadilla.

Me levanté. Ya era un mes seguido. Me levanté de nuevo. Seis meses. Me acostumbré a ese demonio que venía por las noches, y me amigué. Entendí que mi destino era una vida llena de sueños frustrados. Como si ya hubiera perdido todo.

Ahora que lo pienso es curioso, pero en ese momento no tenía idea. Los días eran todos iguales: levantarme con un sueño incumplido e irme a dormir pensando que quizás algún día ese sueño se iba a hacer realidad. Y ya no recuerdo que día, pero pasó. Vi a mi sueño en persona. Y como ya había perdido todo, no había nada más en mí por cuidar. Y salí a buscarlo.

Cuando uno tiene a lo que siempre soñó enfrente suyo, no cree que sea real. De alguna manera buscamos que haya algo mal, como para dejarlo como eso que siempre fue: un sueño. Pero lo que yo tenía enfrente era algo más: era mi magnífica pesadilla. Y me propuse enfrentarla.

Si le hubiera contado acerca de su presencia en mis sueños, de su belleza y su bondad inventadas por alguna parte de mi cerebro, hubiera perdido su magnificencia. Por suerte, decidí encarar una conversación normal, como si mi sueño fuera tan solo un pensamiento nocturno. Y así como los sueños a veces se convierten en recuerdos, este pensamiento se hizo historia.

Me contó de su carrera como escritora, de sus estudios en letras y de su afán por la música clásica. Se la pasaba hablando de su sueño por publicar un libro sobre el amor y la paradoja del tiempo, que fuera mejor que el de cualquier otro autor. Y aunque le decía que era una meta importante, ella siempre insistió que era un sueño. Porque la movía hacia adelante, la hacía buscar la grandeza y permanecer en la búsqueda. Pero sabía que era difícil, quizás imposible.

Me decía que los sueños rara vez se cumplen, que por algo se llaman sueños. Pero que cuando eso sucede, cuando se hacen realidad, será el momento más feliz de nuestras vidas. Y un día, caminando de la mano de mi magnífica pesadilla, me miró a los ojos y me dijo: "Sos todo lo que siempre soñé".

Y ahí, en ese preciso momento en el que me perdía en su mirada, mi alma abrazó a mi mente y a mi corazón. Porque, silenciosos y a veces confusos, mezclaron mis sueños dormidos con sus sueños despiertos. Conectaron mi imaginación con su capacidad de soñar. Al final, todo siempre fue un simple reparto del día y la noche.

Gracias a una magnífica pesadilla, me di cuenta de que hay dos tipos de sueños: los que nos mueven, nos inspiran y nos permiten tener algo a lo que apuntar, pero rara vez se hacen realidad. Y los que son simples inventos de nuestra cabeza, que de alguna manera nos cuentan pequeños bocados de nuestro futuro.

Dicen que cuando uno sueña con alguien, es porque esa persona está pensando en nosotros. Lo maravilloso es que esa persona todavía no lo sabe, pero, de alguna manera, ya nos imaginó.

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