Cuenta corriente


La gente me pregunta por qué me desvío tanto para hacer unas compras en el supermercado. Pero yo siempre digo que, si me dan unos minutos de su tiempo, les puedo dar una explicación.

Agarro unas cinco botellas de agua y las sumo al carrito. Listo, terminé la compra del mes. Me dirijo hacia las cajas para pagar, ya estoy tarde para el trabajo. Llega mi turno y levanto la mirada. ¿Quién es? ¿Hace cuánto estaba acá? ¿Puede ser que no la haya visto antes? Pelo naranja, similar al fuego. No es colorado, no, colorado es su uniforme y nada tiene que ver con su color de pelo. El rostro, lleno de marcas que de pecas no tienen nada: cada una parece contar una historia. Ojos azules, azules como el recuerdo placentero que tengo de la playa, en donde siempre fui feliz.

Sumo las dos botellas de agua. Hoy estoy a tiempo, quizás pueda pasar por lo de mi vieja antes del laburo. Me pongo en la fila. Obviamente, es la más larga, no podía ser de otra manera. Pero esta fila es como esa película que ya viste, pero volvés a ver. Es larga, pero el final es perfecto. Y claro que lo era.

− ¿Hace cuánto estás acá?

− Hace poco, estoy terminando la carrera y necesitaba bancarme un tiempo. ¿Cuenta corriente?

Yo le pregunto por cosas importantes. Ella sobre cosas que ni a mí ni a ella le interesan. Reflejo fiel de mi fantasía y su rutina.

Esta vez compré botellas de cerveza. Me doy el gusto. Conseguí el alquiler en una casa en el barrio cerca del laburo. Ya no tengo que hacer grandes distancias. En unos meses estoy en el departamento nuevo. Una sonrisa basta para alegrarme el día. No soy ningún tonto, me garantizo esa sonrisa una vez por semana. Pero no es más que eso, un cuadro colgado en un museo. No puedo sacarlo de ahí, admirarlo más tiempo. No me devuelve la mirada ni la conversación.

− ¿No se olvida de las cinco botellas de agua?

Se acordó. Se acuerda de mí. Sabe lo que compro, sabe cuándo vengo. Basta, no. Debe acordarse de todos.

− Si me las olvidara no lo sabría, ja.

Pero por favor qué chiste horrible. Hasta suena agresivo. Qué tarado. Se ríe. Se está riendo. Ahora soy el gracioso que compra cinco botellas de agua una vez a la semana. Hoy fue un gran día.

No es jueves, pero sonrío igual. Me la crucé en el colectivo, yendo a lo de mi vieja. Pura casualidad, me senté al lado “sin darme cuenta”. Obviamente inventé que iba a ver a mis amigos, como si fuera un tipo súper copado. Ella iba a la facultad. Tenía un parcial. Estudia economía. Tiene pinta de ser muy inteligente. Hablamos un rato. Hoy fue un excelente día.

Cinco botellas de agua, fila larga, cuenta corriente. Me miró a los ojos. Me miró. A los ojos. Y estuve en la playa por unos segundos. Pero inexplicablemente, estaba con ella. Pensá, rápido. Lo tengo.

− ¿Cómo te fue en el parcial?

Se le iluminaron los ojos.

− Te acordaste. Muy bien por suerte, mañana me dan la nota. En una de esas promociono. A este ritmo a fin de año me recibo.

− ¿Cómo no me iba a acordar?

No digas eso tarado parecés un loquito.

– Dale, con toda. Yo te voy a tirar los huevos cuando te recibas.

Ah, pero hoy te mandaste todas. Esa frase tiene un doble sentido asqueroso, y encima parecés un desesperado. Se rio. De nuevo, sonoramente. Estuve en la playa, de nuevo. Y esta vez escuché las olas y el silencio. ¿Hay algo que supere a un excelente día?

Cinco botellas, larga fila y cuenta corriente. En el medio, conversación de unos minutos hasta que alguien de atrás me pide que me apure. Rutina que se repite, vacaciones que duran minutos y cortan con la cotidianeidad. El supermercado, por unos minutos y por bizarro que suene, es mi lugar feliz. Pero ya se acaba. Mañana me mudo, voy a cambiar de supermercado.

Me olvido las botellas de agua a propósito. Larga fila, cuenta corriente. Conversación de unos minutos, le cuento que me voy, que cambio de barrio. Se ve decepcionada. No veo la playa hoy. Pero hago un último intento.

− ¿No te olvidás de las botellas de agua?

− Me olvidé de pedirte tu número. Siempre tuve ganas de invitarte a salir, es ahora o nunca, ¿no?

Se puso colorada. Todos nos miraron. Todos me miraron. Menos ella. Mirando para abajo, sin darme ni una sola chance de intercambiar miradas, dijo lo que, por primera vez, nunca quise escuchar.

− ¿Cuenta corriente?

Tardé más del doble de lo normal en llegar a lo que ahora es mi casa anterior. Pero ahí miré el ticket. 

“Te voy a dar un dígito por cada vez que vengas al supermercado. Tampoco te creas que te va a ser tan fácil. Beso”.
La gente me pregunta por qué me desvío tanto para hacer unas compras en el supermercado. Pero yo siempre digo que, si me dan unos minutos de su tiempo, les puedo dar una explicación.

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