La maravillosa contradicción del encierro


Hace unos días estuve a punto de considerar 2020 como un año perdido. Y razones no me faltaban. Miles de proyectos, viajes y encuentros pasaron de ser una realidad a perderse en la parte nostálgica de mi mente. Todo el día encerrado en casa, con la misma rutina, el mismo sillón, la misma vista. Y las benditas, pero al mismo tiempo malditas, videollamadas.

Sin embargo, caer en el pesimismo y dejar que el encierro me derrote no parece ser la mejor opción. Y ahí llegó esa pregunta, que me la hicieron mil veces pero que por primera vez escuché. Quizás fue que me la hizo la persona correcta, o que mi mente estaba en calma después de un paseo. Pero pude responder qué fue lo que descubrí. Y vi que sí, la pandemia y el encierro me sacaron mucho. Pero no todo. También me encararon por otro lado, donde encontré bastantes cosas.

Aunque muchas canciones que me descargué todavía no pisaron la calle, la vida sin música es un desperdicio, y toda melodía alegra el alma y le da sentido hasta a las acciones más pequeñas. Entendí que cantar gritando libera, pero que cantar una canción con quien querés no tiene precio.

Descubrí que el viento en la cara es un privilegio, que correr con una lluvia torrencial es de las más bellas contradicciones que existen, porque el no mojarse choca con esas ganas de quedarse para siempre en nuestra propia película donde la lluvia refleja eso que buscamos sentir. Entendí que el suelo firme da seguridad, pero el pasto mojado le da un respiro al espíritu.

Me maravilló encontrarme con que la distancia es insignificante, porque su longitud nunca va a ser más grande que algunos afectos. Que no importa si estoy a kilómetros de distancia o a pocas cuadras, si la amistad es enserio, permanece. Me río al pensar que estoy dispuesto a desobedecer a la ley con tal de ver a mis amigos.

Entendí que quizás lo que nos mantiene con vida es saber que nos vamos a volver a encontrar. Que miles de horas en videollamada no están ni cerca de estar diez minutos cara a cara con alguien que querés. Mi mente voló al entender el calor de un abrazo. Y cada día que pasa le está otorgando más fuerza a ese que le voy a dar a mi amigo cuando lo vea. Y quizás deseo que termine el encierro porque sino con mi abrazo lo voy a lastimar.

Entendí que nuestra mente fantasea con grandes viajes porque los pequeños los tenemos cada día. Y ahora que se fueron, son esos los que extrañamos. Porque la mente siempre puede viajar, a donde quiera. Pero puede hacerlo porque nuestro cuerpo lo hace todo el tiempo. Y sí, somos una unidad sustancial, una unión inseparable de cuerpo y alma. Si nuestra presencia física está atada a un punto, ¿cómo podemos volar con nuestra imaginación?

Y me sorprende ver que darme el gusto antes era quedarme en casa, mientras que ahora darme un gusto es salir a caminar, o tomarme un colectivo. Y ansío con ganas mandar el famoso “estoy abajo”, pero que mi amigo tarde en bajar, así yo contemplo y disfruto de estar afuera. Dame miles de bares en la otra punta de la ciudad, ocho combinaciones de colectivo y que el subte termine una estación antes de la que me tenía que bajar. Lo tomaré con gusto, y quizás no lo puedan ver, pero voy a estar sonriendo.

Aprendí a sonreír con los ojos. Aprendí a leer la mirada. Entendí el valor y la necesidad de cuidar la salud. Pero entendí también que no se compara al valor y la necesidad de cultivar la amistad. Entendí y agradecí el disfrutar de mi familia. Agradecí todos los días poder llamar hogar al lugar donde vivo, y poder encontrar en mis familiares la paz. Descubrí que las películas son excelentes y nos emocionan y enseñan. Pero la verdadera imaginación está en los libros, responsables de millones de mundos que se crean cada día.

Descubrí la inventiva de la palabra. Descubrí como sentir a través de la escritura, y hacer de ella un vehículo para que los demás puedan hacerlo como yo. Entendí que el ser humano es un ser social, y que sin el contacto físico la magia se pierde.

Entendí que el tiempo es libre solo si nosotros queremos que lo sea. Que tener todo el tiempo del mundo es no tener tiempo para nada. Que no importa perder el tiempo, si lo que hacemos nos gusta. Que estar lleno de ocupaciones a veces es lo mejor del mundo. Entendí que el tiempo es un juego, al que nosotros jugamos cotidianamente y ahora estamos perdiendo.

Le di valor al arte. Porque la cotidianeidad mantiene la mente ocupada y eso no nos deja pensar. Y que si alguien se dedica al arte, tiene la impresionante capacidad de crear en medio de la rutina, de ver eso que los demás no ven. Tiene la capacidad de contar historias fuera de las que vivimos día a día. Pueden crear paisajes para que nuestra mente vuele mientras la de ellos se queda en el papel.

Porque en el fondo lo que todos buscamos es ser libres. Y todo esto nos hizo darnos cuenta de que siempre lo fuimos. Y ahí, en esa libertad, fuimos felices. Y creo que todos permanecemos en la increíble y fascinante espera de recuperar esa felicidad. Pero no sabemos, o nos estamos enterando, que una charla, un poco de imaginación y alguien que queremos son lo único que necesitamos para disfrutar de la libertad absoluta.

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