Casualidad





− Siempre quise tener esa noche, como las que aparecen en las películas. Sí, vos te reís, pero a mí me parece súper romántico. Ya a esta altura de mi vida no te pido tenerla con el amor de mi vida, pero sí con alguien. Que al menos me permita sentir que es el amor de mi vida por una noche. Y sí, que me pase lo más típico que pueda pasar, no importa. Aunque igual no sé si es tan típico, escuché muy pocas historias que comenzaron de esta manera.

Vio que estaba con el ceño fruncido, como si un interrogante rondara en su cabeza.

– Esas noches, no podés no conocerlas. Que te encontrás con una persona, casualmente. Y ambos se miran, miran el cielo estrellado y saben que esa mínima porción de tiempo que tienen, antes de que vuelvan las luces y el apuro del día, es de ellos. Es para ellos. Y se preguntan que qué hacen ahí, si no es donde quieren estar. Y uno tira un chiste, y la otra persona se ríe y entran en confianza absoluta. Son desconocidos y sus secretos quedarán guardados solamente en sus memorias y en medio de las estrellas que los vieron esa noche. Y charlan de la vida y sus aspiraciones, sus deseos y sus miserias. Una brisa recorre su conversación y la envuelve en misterio, y se la lleva para mezclarla entre los recuerdos de la oscuridad. Y hablando se conocen y desconocen, y encuentran algo que no sabían que estaban buscando. Y hay risas engañosas, y una pequeña luz en sus ojos delata lo que con sus expresiones buscan ocultar.

Un viento recorrió el lugar.

− Esa noche donde no te importa sus amigos o los lugares a donde sale, sino su familia y los lugares donde elige quedarse. No importa la carrera que eligió, sino la música que escucha y los libros que lee. Y que en algún momento se quede mirando la inmensidad del silencio, que se quede mirando con sus ojos llenos de misterio a la distancia de toda una vida. Y cuando mire hacia ese vacío, que tanto tiene dentro, mirar su cara y entender su historia. Y pensar que ni todo el bien del mundo podría ganarle a esa mirada inocente y curiosa. Que todo lo malo existe porque no existió esa noche, y que esa persona no merece nada de todo lo que le pasó.

Se le escapó una risa traviesa.

− Enserio te digo, vos te reís, pero es enserio. Es una noche donde la realidad y la ficción se mezclan, donde lo verdadero se confunde con el deseo y la percepción cambia para bien. Porque, aunque deseás, o sabés, que la otra persona es muy buena, eso lo hace mejor a uno. Ya sé, pensás que estoy loco, y no te culpo. Pero sé que a esa otra persona tampoco le parece loco tener una noche así. Una noche donde uno es quien es, siente su esencia y la comparte. Una noche donde la felicidad, el romance y la nostalgia corren la misma carrera, y la meta es donde el sol aparece. Es una noche donde dos desconocidos desnudan sus emociones. Suena raro que lo diga así, pero la mayor intimidad no es nuestro cuerpo desnudo, sino lo que ocultamos en el fondo del alma. Una noche donde las miradas se cruzan, las sonrisas de satisfacción se disfrazan de risa y los roces físicos no se comparan a cuando las mentes se tocan. Una noche así es todo lo que pido.

La música no parecía sonar tan fuerte como antes.

− Y cuando esté terminando, y haya que volver a lo mundano de la vida, a la obligación de vivir el día a día, poder tener una última experiencia. Quizás esa sea la definitiva: acompañar a la persona a la puerta de su casa. Caminar por las calles desiertas de la madrugada, sin más que el silencio y el rocío. Charlar como si el camino no tuviera un final, bailar, cantar, gritar. Porque ahí nadie ni nada puede quitarnos nuestra eternidad. Y llegar al umbral, a la puerta, ver la entrada como una salida de todo lo que por una noche fue, pero que dejará de ser. Y despedirse, saludarse para siempre y nunca más. Y ahí volver a mi casa con una felicidad incapaz de expresarse por la tristeza que provocó la despedida y el saber que nunca jamás volveré a ver a esa persona, porque en la emoción y la magnitud de nuestro encuentro nunca nos preguntamos nuestros nombres. Y ahí acostarme en mi cama, y mirar por la ventana y ver el sol acariciar las copas de los árboles, como signo de que por una noche fuimos eternos, y que, aunque existan otras eternidades (porque, aunque seamos redundantes, hay que ser sinceros: existe una infinitud de eternidades), jamás tendrán la grandeza que tuvieron esas horas donde el amor fue puro y etéreo. Y aunque fue fugaz, fue perfecto, sin fallas. Y la eternidad del momento reflejó lo que podría ser mi propio para siempre, que sin embargo se transformó lentamente en un nunca más.

Terminó su discurso con una lágrima en cada ojo, que aguantó estoicamente. Y allí escuchó nuevamente su risa traviesa, y miró sus ojos color zafiro, su piel blanca como el mármol y sus manos cerca de las suyas.

− ¿Terminaste? – preguntó, con una sonrisa sugerente.

Alcanzó a asentir con la cabeza. Y solo eso bastó para que sus manos se entrelacen y sus labios se fundan en la noche y el silencio.

Y por más que lo hubiese buscado toda una vida, y soñado con él desde el comienzo hasta el final, el momento llegó donde jamás lo buscó. Alcanzó a pensar, antes de olvidarse de todo lo que alguna vez supo, que el momento del que habló toda la noche estuvo siempre enfrente suyo. Y fue, como relató tantas veces en su discurso cargado de nostalgia, bajo un manto de estrellas y la inesperada casualidad. 

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