La inevitable despedida
Se levantó. Vio el techo: blanco, limpio, sin manchas. Las paredes que lo encerraban tenían un color un poco más grisáceo, parecido al del cemento. El suelo, negro como el abismo. Lo primero que hizo fue reír. Pensó en la ironía del recorrido que acababa de hacer su mirada, desde el blanco hacia el negro. Quizás era de esas pequeñas situaciones que describen inocentemente el destino. Porque su destino, a pesar de que él así no lo quisiera, ya estaba escrito.
Se incorporó, movió las sábanas a un costado y se miró en el pequeño espejo que había en su habitación. Estaba más pálido, con ojeras y más delgado. Pero eso se acabaría dentro de poco, pasaría a ser blanco como el mármol y frío como la nieve. Se volvió a reír, esta vez de la casualidad de que nunca había creído que las cosas estaban destinadas a pasar de una manera, pero sin embargo así lo estaban ahora.
“Gracias por todo, mamá. Gracias por todo, papá. Sé que no llegué a cumplir todo lo que esperaban de mí, pero espero que me recuerden como ese joven idealista y esperanzado que alguna vez supe ser”. Firmó la carta de despedida. Pensó que le faltaba algo. Ese cierre emocionante quedaba bien, pero era falso. Los ideales y la esperanza nunca existieron, pero no quería que sus padres lo recordaran de esa manera. Al menos así se iría dejando trazos de ilusión. Una lágrima rodó por su mejilla y cayó al lado de su nombre. Ahora sí, la carta estaba terminada.
Vio su mesa. Tenía el libro de Viktor Frankl por la mitad. Lamentó no poder terminarlo. Pero había priorizado el de Berkowitz, y aunque todos le dijeran que no lo leyera, no le importó. Tampoco que su vida iba a cambiar mucho. Repasó las cartas que había escrito: a su abuela, a sus padres, a cada uno de sus hermanos y a su grupo de amigos. Pensó que no podría compensarles el vacío y la decepción, pero quizás mostrarles que fue humano alguna vez. Quizás, cuando ya no estuviera, lo recordarían como eso bueno que quizás alguna vez fue.
Miró por la ventana y deseó que el futuro no viniera nunca. Vio unos pájaros volando, y cayó inevitablemente en la comparación del vuelo con la libertad, esa que perdió hace un tiempo cuando todo comenzó. Y había sido rápido, todo fue muy de repente, no tardaron en internarlo. El susto fue más grande para los demás que para él, y ahora que su despedida llegaba, su nerviosismo crecía frente a la crueldad de lo inevitable.
Intentó recordar la mirada de esa mujer, pero cada vez que su memoria intentaba evocar ese recuerdo, era en vano. Todo era ruidos, frenesí y soledad. Su cuerpo tampoco lo hubiera resistido, pensó. El hombre vestido de blanco le trajo su comida. No era lo mejor que podría haber comido, pero estaba bastante bien. Quiso escribir una reflexión, una especie de obituario o memoria para dejar a la posteridad. Pero no le salió.
La muerte no espera a nadie ni a nada. Nadie sabe cuándo va a venir, pero aun así todos saben que es lo único seguro en la vida. De hecho, la vida existe gracias a que es etérea. Pensó eso, y se rio al considerar que quizás, remplazando tan solo una letra, podría hacer que sea eterna. Pero ese ligero cambio haría que deje de ser vida. Pasaría a ser simplemente existencia. ¿Y si eso hubiera sido paso por la Tierra? ¿Simple existencia? Con ese pensamiento las lágrimas comenzaron a fluir rápidamente por su cara. Lloró y lloró, porque se iba a morir sin familia y sin amigos. Solo en un cuarto.
Nadie quiso ver su último suspiro, y no estaba seguro de poder entender si lo que le causaba dolor era la muerte o la soledad. Vino el hombre vestido de blanco, y lo acompañó a su final. A cada paso la soledad era más notoria, el marco de la puerta se hacía cada vez más grande y acaparaba todos los deseos que nunca pudo cumplir.
Con cada paso dejaba caer su vida, al punto que al llegar a la puerta no había más que un alma en pena. Se sentó en la silla, de madera oscura como el ataúd en el que descansaría para siempre. No tenía miedo de morir, todo lo sucedido lo había preparado para que fuera un destino inevitable, pero no irreconciliable. Su miedo era otro: el de no haber vivido.
Pensó en todos esos libros de autoayuda, cargados de palabras hipócritas que intentan enseñar cómo vivir. Si hubiera una fórmula exacta, nada de lo que pasó hubiera sucedido. No la hay. ¿Sería la Muerte la que tiene la verdad? Miró la ventana que daba a la habitación contigua, y en el reflejo la vio a ella, que había venido a buscarlo.
Temía por la soledad de la muerte, pero entendió que uno no muere solo. Es ella la que viene a buscarnos, y nos acompaña a donde sea que estemos destinados a ir. La que está sola es la Muerte, que así queda después de guiarnos hacia nuestra morada eterna, pero no el hombre. Eso lo terminó de convencer. Se iba a reencontrar con la muerte, quien supo en el momento en que lo visitó por primera vez que volvería por él.
Todo se puso oscuro. Quiso relajarse. Fue todo lo contrario. Sintió el pinchazo, y la mano de la Muerte sobre su hombro. Por sus venas corría la inyección, que se convertía en un terror indescriptible. La Muerte se reía a carcajadas, y él no podía gritar. Veía todo quemándose, sentía que cada célula de su cuerpo se incendiaba mientras su corazón se congelaba hasta el momento anterior a no sentir dolor.
Quiso escapar, pero los hombres de blanco se habían asegurado de que no pudiera moverse ni un poco. Luchó contra sí mismo y contra su deseo de seguir existiendo. Se aferró a la vida con uñas y dientes, su cerebro se esforzó hasta lo inhumano para intentar agarrarse a ese regalo que nunca supo apreciar. Poco a poco, el fuego lo consumía todo.
En su cabeza revivía una y otra vez el momento en que se impuso su propia sentencia. ¿Por qué tuvo que jugar a ser Dios, por qué se creyó más que el Creador, por qué pensó que podía decidir sobre la vida y la muerte?
Sentía el último suspiro subiendo por su garganta y quiso rezar. Pero no supo a quién. ¿No son Dios y la Muerte de creencias opuestas? ¿No es una la enemiga del otro? ¿La Vida y la Muerte no están enfrentadas?
No para los asesinos. Esta vez, Dios y la Muerte estaban del mismo lado.
Comentarios
Publicar un comentario