Historia casual de introspección

 


Esta es una historia corta, sé que la encontró de casualidad. También sé que a usted le encantaría que alguna casualidad definiera algún área importante de su vida para que, cuando sea viejo, pueda decir “sí, todo empezó de casualidad” y contar una gran historia. Ah, no me olvido: sé que, si esa casualidad fue un amor, inmediatamente le otorga cierta mística. Con esto dicho, allá vamos.

Yo soy como usted, o quizás somos todos así y ninguno de nosotros es original en este sentido. Me gustan las casualidades. De alguna manera creo que mantienen intacta la chispa de la vida. Porque gracias a ellas existe la sorpresa, las aventuras inesperadas o las anécdotas más recordadas. A ella la vi de casualidad. En serio, de pura casualidad.

Fue en la panadería, ella compró medio kilo de miñones y milonguitas. Yo la vi y me enamoré. Si cree en el amor a primera vista, entenderá ese sentimiento. Yo no lo elegí, simplemente la dulzura de su voz y la forma en que movía las manos me cautivó. Pero no podía hacer nada: no nos conocimos. La casualidad, en este caso, funcionó malévolamente: me mostró un imposible.

Pero a mí me gusta desafiar al destino. Así que la investigué, un poco, como usted seguro hace cuando se interesa por alguien. Supe qué le gustaba y por dónde se movía. Más de una vez me equivoqué al adivinar dónde estaba y me fui del lugar con las manos vacías. Me hice amigo de sus amigos y comencé a coincidir. Pero no le hablaba. Hay que hacerse el interesante, el distante, ¿no?

Me enteré por sus conocidos qué hacía, por dónde se movía y a dónde le gustaba ir. A veces la veía de lejos, pero no me animaba. Muchas veces pasé por al lado suyo, para que me viera nomás, para que se familiarice con mi cara. Hasta que un día “choqué con ella” en pleno centro. Le pedí disculpas, me miró y me preguntó si me conocía y le dije que podía ser.

La invité a tomar un café, le hablé de los libros que le encantaban e hice los chistes que sabía que le causaban gracia. Fui la persona que ella necesitaba que fuera. Entiendo que ya sabe cómo sigue este pequeño relato que empezó “casualmente”. De todas formas, nunca lo cuento. Dejo que hable ella sobre nuestra historia, para que diga, con una sonrisa: “sí, todo empezó de casualidad”.

¿Por qué le cuento esto? Para enseñarle, querido lector, que no todas las casualidades son reales. ¿Usted se cruzó de casualidad con esta historia? Piense en las casualidades de su vida, ¿podría haber habido alguna intención para que sucedan? Creo conocerlo un poco y sé que algunas veces forzó la casualidad. Y está bien, no lo juzgo, he hecho cosas peores. Que esta historia “casual” sirva para que se mire al espejo, para que se analice y mire para adentro.

A veces las casualidades son reales y otras veces son deseos hechos realidad. Y acá dígame la verdad. ¿Nunca hizo cosas para que sus deseos se cumplan? Quizás la casualidad existe sólo para recordarnos que lo que más queremos en el mundo no sucede por sí solo, sino que hay alguien o algo que quiso que así sea.

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