Razones y fundamentos del amanecer

“Todavía me acuerdo el día que el Sol no salió. Estaba yendo al trabajo, eran de esas mañanas frías y monótonas. Se hicieron las 8:00 y el Sol todavía no había salido. Se hicieron las 9:00 y ya era extraño. Se hicieron las 10:00 y empezamos a preguntar. Los meteorólogos hablaban de un eclipse imprevisto, los astrólogos de un ascendente en no sé qué y los apocalípticos presagiaban otra vez la llegada del final. Nadie sabía nada, excepto yo. El Sol me llamó a mí.
En realidad, me llamó su secretario. Me pasó un comunicado, para que lo difundiera. ‘A partir de hoy, 7 de agosto, el sr. Sol asegura que no saldrá más sin que se reconozca su trabajo o sin que le den razones’. Al parecer, estaba harto de laburar sin que nadie lo notara. Tanto fue el revuelo que se armó que tuvo que convocar una rueda de prensa. Y ahí estaba el Sol, como si nada, frente a los micrófonos.
Declaró como cualquier político berreta, no se salió del libreto y se limitó a contestar dos preguntas. De ahí salieron toda clase de conjeturas. Estaba la grieta entre los que apoyaban al Sol (‘nadie le da bola y el tipo se rompe el lomo’) y los que condenaban su accionar (‘es lo que le toca hacer, que se la banque’). Hubo suicidios, mudanzas, fríos polares y deficiencia de vitamina D. Se formaron sectas pidiéndole que vuelva y sectas que alababan a la Luna. Pero yo sabía algo que nadie más sabía. Y no podía decirlo.
El Sol me había citado antes de la conferencia, me sentó al lado suyo y me dijo: ‘En realidad, la culpa es tuya, Gómez’. Lo miré sin entender nada. ‘Y sí flaco, todos los días lo mismo vos. Te digo la verdad: te veo y me dan ganas de quedarme en mi cama’. Me sentía honrado y a la vez intimidado de que el Sol me viera. Por un lado, me elegía, sí, pero qué si me veía bailando Elvis semidesnudo o yendo a citas con el único propósito de emborracharme y volver a casa para escribir el nombre de ella una y otra vez.
No tenía ganas de que el mundo entero me mirara como el Sol lo había hecho, así que me quedé callado. Empecé a buscar razones para que el Sol saliera. Me uní a las sectas a favor de él y me echaron por incrédulo. Empecé a escribir sobre sus características y me echaron por aburrido. Me aislé solo en casa, y yo mismo tuve ganas de echarme. Así que llamé a una conferencia de prensa para confesar todo.
Obviamente nadie me dio pelota. Mirá si alguien iba a escuchar a un fulano Gómez hablar estupideces del Sol. Hace ya dos semanas que estaba todo oscuro y la energía escaseaba, los boliches facturaban como locos y los cuasi escritores habían publicado miles de reflexiones sobre lo que el Sol haría cuando volviera y cómo esto nos iba a cambiar como sociedad. ¿Por qué el Sol me había elegido a mí? ¿Qué tenía que hacer?
Empecé a donar a caridades, me amigué con todos mis familiares y solucioné viejos rencores. Pedí perdón como nunca antes, sonreía a todo el mundo y sólo lloraba cuando nadie podía verme. Pero el Sol no me registraba, seguía oculto y no quería salir. ‘La culpa es tuya Gómez’. Sus palabras resonaban en mi cabeza y no me dejaban dormir. ¿Qué más podía hacer? Le di todas las razones posibles y no pasaba nada. Hasta que un día me lo crucé en una esquina perdida de mi barrio.
– Mirá, ya me harté de buscar razones para contentarte – le dije, mientras mis manos temblaban. – A partir de ahora voy a empezar a hacer las cosas por mí, no por vos ni nadie más. Y si todavía no querés salir, ya la culpa no es mía – completé.
Se empezó a reír (eso creo, su cara no es como la nuestra), y se fue. O vino, no sé cómo definirlo. Salió de la calle y apareció en el cielo, como si nada.
Y así fue, doctor. Al final lo único que tuve que hacer fue ponerle los puntos. No vine estas tres semanas porque seguro que se me escapaba y usted se iba a enojar conmigo”.
– Lo felicito, Gómez, ya queda dado de alta. Le voy a decir algo que no le va a gustar, pero no vuelva más, ya está curado – dijo mientras firmaba un papel.
– Pero doctor, si no vengo hace tres semanas. ¿Estuvimos sin luz solar por casi un mes y me va a decir que estoy bien? Lo siento, pero creo que, por lo menos, mi condición empeoró.
–A todos nos pasa esto, pero nadie lo cuenta porque se siente culpable. Lo felicito, tiene más valentía que cualquiera. Vaya, que tengo otras cosas que hacer. Ah, chequee su agenda, Gómez.
Salí del consultorio mientras se hacía de noche. Con las luces de la Ciudad asomando y el Sol escondiéndose en el horizonte, miré la fecha: 6 de agosto. La ventana del doctor brillaba más que nunca.
Me llevó muchos soles y lunas entenderlo, pero creo que lo hice. El Sol nos mira, nos atiende y nos habla. Con que nos comprendamos nuestro interior es suficiente. Él solo necesita una cosa: que nosotros seamos una razón para que el Sol salga en la mañana.
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