Silueta

 




− “¡Ayuda!¡Policía!¡Por favor, alguien que me escuche!”, gritaban a lo lejos. Salí a mi pequeño y modesto balcón para ver qué estaba pasando, y vi a un hombre que agarraba a otro por la espalda y le sostenía el cuello. No lo dudé, y me dirigí corriendo a buscar algo que hiciera las veces de arma, para salir a defenderlo. Pero la silueta no me dejó. “Robo fatal: hombre indefenso es asesinado en calle vacía”, titularon los diarios, que luego quemé junto al sentimiento de culpa que me inundaba. La silueta había decidido.

Ya no me acuerdo cuándo llegó a mi vida. Hace ya siete años que vivo solo. Bueno, no. Solo no. Vivo con la silueta. Sé que debe haber aparecido en algún momento, pero también sospecho que se metió en mi mente para que lo olvidara. No tiene presencia física, simplemente se manifiesta a través de un reflejo en mi ventana. La posición en la que están dos luces de mi departamento hace que siempre haya un reflejo en el vidrio que está en mi cuarto. Ahora ya no puedo apagar esas luces.

No charlamos mucho, solo lo necesario. A esta altura no sé si mantengo una relación de amistad con la silueta, o simplemente respeto. Sé que suele decidir sobre si alguien vive o no, pero no me animo a decir que es la muerte. Lo que sí sé es que sabe mucho más que yo. Y si alguien muere, es porque lo merece. Además, nunca vi que matara a alguien directamente. Técnicamente, no se la puede culpar de asesinatos.

Sí debo admitir que hubo veces no estuve de acuerdo con sus decisiones. Mi mejor amigo me había sacado dinero, es verdad. Pero cuando se golpeó la cabeza contra una mesa, no me dejó tocarlo. Pasó como tres o cuatro días agonizando. No sé si era para tanto. O cuando mi jefe se estaba atragantando y tuve que quedarme mirando, apenas tres días después que ascendiera a mi compañero y no a mí.

Nadie se molesta por los miles de personas que mueren víctima del hambre o de la guerra, allá lejos de donde estoy. Tampoco veo mucho escándalo por quienes mueren cerca de mí. Solo recibo condolencias, flores y alguna risa incómoda seguida de un “vos estás maldito”. No lo digo, pero lo pienso junto a la silueta. Los malditos eran ellos. La maldita era esa mujer que me engañó después de prometerme el infinito, por lo que tuve que guiarla hasta la vereda. Desde el piso 15, obviamente.

No voy a negar que peleé contra la silueta. Pero no conviene faltarle el respeto. Me arrancó los pelos, me cortó el cuerpo y no me dejó dormir. Genera cosas en mí que ni yo puedo. Yo necesito que se entienda: fui obligado a hacer todo lo que hice o dejé de hacer. Es la silueta la que decide, yo ya no tengo poder sobre lo que pueda pasar a partir de ahora.

Sospecho que la sombra a veces decidía la muerte únicamente por gusto. A ver, seamos sinceros. Que mi madre no me haya llamado para mi cumpleaños o que mi padre no me haya felicitado tras ganarle en ajedrez no me parecen razones como para que, literalmente, les adelantaran el funeral. Además, me hace perder tiempo valioso. ¿Sabe lo que me costó cavar dos gigantes agujeros, únicamente para luego taparlos nuevamente?

Todo tiene un final, obviamente. Por eso rompí el vidrio en donde se refugiaba la silueta, ya se va a ver cuando entren en mi departamento. Y vine acá, para terminar con todo esto. Que todos supieran que fui yo, pero que sólo fui la máquina. El cerebro fue la silueta. Logré frenarnos antes de llegar a las cien. Todo un logro, ¿no? – finalizó su relato, sonriendo.

El detective terminó con la entrevista y se dirigió a la dirección donde estaba la supuesta silueta. No había luces ni vidrios rotos. No había nadie que lo conociera, ni tampoco existía el piso 15. Volvió de inmediato a la comisaría, solo para encontrar que la marca de los 100 ya había sido alcanzada. Y a lo lejos, entre las luces de la noche y las vidrieras de la avenida, vio a una silueta, perdiéndose en la oscuridad, reflejada únicamente por un farol que lentamente se apagaba.

Comentarios

Entradas populares