En la mitad
Minuto 89. Ya no sé ni cómo respirar, cada bocanada de aire es un puñal en mi garganta y, extrañamente, mis pulmones decidieron no incorporar más aire. Tengo apenas un resto de mi última respiración normal, y con eso me tengo que contentar. Tengo un raspón del tamaño de una frutilla en la rodilla derecha y la cara llena de pasto. Exhalo y escupo, ya no tengo control de lo que pasa en mi boca. El arquero lanza un pelotazo, y allá voy. Miro fugazmente a mi derecha, y ella me está viendo, con una sonrisa de oreja a oreja y una lucecita en sus ojos.
El defensor con el que me peleé todo el partido la saca al lateral. Se seca la transpiración con la manga derecha de su camiseta 23, usando el brazo izquierdo cubierto de tatuajes inentendibles. “Dale, una más, una más”, escucho de atrás mientras me pego al 23 para recibir la pelota. Él está peor que yo, cada vez que respira hace un ruido de cerdo y en el medio dice “no puedo más”. “Vos podés más”, me digo a mí mismo, repitiéndome exactamente lo que leo en los labios de ella, rasgados de tanto mordérselos.
“Vení, vení”, me dice el 7 mientras recibo la pelota, que rápidamente suelto y me doy vuelta para correr. Cada paso me pesa, las suelas de los pies me duelen y ya no siento la rodilla derecha. Mi cabeza está a punto de explotar, parece una uva a la que están apretando bien fuerte. Corro para adelante y recibo la pelota. Miro para arriba y tengo el camino libre, inentendiblemente. “Dale que lo ganamo’”, grita mi amigo que hace las veces de director técnico solo porque se rompió la rodilla hace dos meses. “Es tuya”, me digo, como la vez que me animé a invitarla a salir. La miro rápidamente y ella asiente con la cabeza, apoyándome, pero también respondiéndome.
Miro mi alrededor y veo la cara de desesperación del 5 de ellos, que sabe que no llega, pero corre por pura dignidad. Clavo los ojos en el arquero, que me evita la mirada y se queda en su lugar. “Pegale”, me grita el capitán. No, todavía no. “¿Qué esperás?”, brama el 9, caminando al costado de la cancha porque acababa de salir. Tampoco. Sigo un poco más. No sé cómo estoy respirando. Ella está conteniendo la respiración. Lo sé porque por eso yo todavía tengo aire.
Todos se levantan poco a poco. Siento que todo va a cámara lenta. La gente se levanta de su asiento gritando por un gol que todavía no fue. El 2 nuestro salta porque de lejos no ve. El 9 se agarra la cabeza. El 23 cierra los ojos, resignado. El árbitro se lleva el silbato a la boca, sea lo que sea. Mi pie se levanta y yo también. Una gota de sudor rueda a toda velocidad por el costado izquierdo de mi cara. El arquero abre todo el cuerpo. Ella cierra los puños. Y yo pateo al ángulo derecho.
Mientras voy cayendo, aparto la mirada. Siento como me voy raspando la espalda y se rasgan las palmas de mis manos. El 5 me pega como castigo por escaparme de su marca. Y yo cierro los ojos. El mundo paró. No hay sonido alguno. Miro a las estrellas que asoman, tímidas, entre el crepúsculo. “No puede no haberme visto”, sonrío entre mis pensamientos.
El árbitro me felicitó, el enfermero habló de la épica mientras me ponía aerosol y mis compañeros me levantaron como si hubiéramos ganado el campeonato, aunque estábamos a mitad de torneo. Y mientras estaba en la cima del mundo, quería bajarme a hablar con ella. Que me diga que estuve muy bien, o que se burle de mí porque la pelota pegó en los dos palos antes de entrar. Terminan los festejos y la veo, sola, en el estacionamiento.
Con una media en la rodilla y la otra en el tobillo, rengueo unos metros para que me pueda ver. Se prenden las luces del auto del 7, y toca la bocina para que ella se meta en el asiento del acompañante. Ella se da vuelta y me ve. Alcanzo a sonreír. Ella me mira con sus ojos iluminados por el reflejo de la luna en los charcos y mueve la mano, saludándome. Antes de cerrar la puerta y besar a su novio, me guiña su ojo derecho y alcanzo a leer que en sus labios se lee un “gracias”. Ahora sí, la pelota entró al ángulo, limpia. Estamos a mitad de torneo, pero… ¿quién me saca la fe de, algún día, salir campeón?
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