Amores misceláneos de un viaje de vuelta (parte 2)
Otra vez la rutina. Otra vez la soledad. Otra vez pasar los días sin que nadie la mire a los ojos. No importa, es fuerte. Siempre lo fue. Nunca hubo otra manera de enfrentar la vida. Mal no le había ido. Bueno, no tan mal. Vivía sola, tras pelearse con sus padres. Pero tenía un trabajo bastante bueno, aunque quedaba lejos de casa. Pocas amistades, solo las necesarias. Pero siempre tuvo ese deseo de sentir. Sentir de verdad, en profundidad. Esas cosas que pasan en los libros. ¿Quién sabe? En algún momento quizás pasa. Pero por ahora todo estaba en el libro que leía mientras volvía en colectivo.
Le gustaba ver alrededor. Ver las caras de la gente, sus ojos, imaginar su historia. Pero nadie le devolvía la mirada. ¿Sería su historia tan poco interesante? ¿Sería su vida la que rechazaba las miradas? No lo sabía. Mientras miraba alrededor, el colectivo abrió sus puertas. Y subían, una tras otra, las personas y sus historias. Uno seguro volvía de correr. Otra parecía ser una madre cansada. Un tercero que se reía a carcajadas mientras hablaba por teléfono. Otro que… ¿qué? No podía divisar su historia. Los ojos de él empezaron a dirigirse hacia ella. Sumergió los ojos en la lectura, pensando cuál era esa historia que los ojos de él no supieron contar. O que quizás sus propios ojos no lograron leer.
Vio cómo se ponía a escuchar música y a mirar por la ventana. Ya no queda gente que mire por la ventana. Todos concentrados en lo suyo, sin mirar al exterior. Tenía ganas de preguntarle, qué era lo que lo hacía mirar hacia afuera y no dentro de sí. Le tocó el hombro… pero se arrepintió en el momento. En un rápido movimiento, se dispuso a mirar la ventana, cómo él. Pero él ya no miraba la ventana, se había dado vuelta para mirarla. Entrecruzaron miradas, y el mundo, indescriptiblemente, paró. Por un segundo.
Un tímido y patético “perdón” es lo único que alcanzó a decir. Se puso a pensar cómo era posible que esa mirada le dijo todo y nada a la vez, cómo no pudo leer la historia como lo hacía en todos los demás. Pero el gran interrogante era por qué la había mirado a los ojos. Basta, ¿qué pasa? Empezó a sentir un agujero en el pecho. Su corazón se aceleró. Se empezó a mover para adelante y para atrás, pero nada lo hacía parar. ¿Cómo puede ser que de repente sintiera tanto?
Sacó el celular, mandó una nota de voz. Intentó leer el libro. Pero el interrogante era cada vez más fuerte. Esos ojos le habían dicho algo, ¿qué era? Todos los ojos pueden contar una historia, pero sólo algunos son capaces de ocultarla. Y estos eran los primeros de esos pocos que ella conocía. Quizás podía hablarle, ir a tomar algo, descubrir esa historia. Pero tampoco estaba segura de que eso la fuera a satisfacer. Cada vez que lo miraba quería más y más, y de alguna manera estaba segura de que sólo él podía dárselo.
Sintió. Sintió, eso era lo que había pasado. Sintió y seguía sintiendo, no podía parar de sentir. Toda su vida pensó que ella era responsable de su bienestar y se dio cuenta de que no iba a estar completo si no era con esos ojos, con él. Con su manera de mirar la ventana, de mover las manos, de mirar alrededor. Quizás él solucionara todo lo que estaba mal, todo lo que a ella pudiera preocuparle. Tenía que verlo, tenía que hacer que él la viera. Pero estaba atrás, y no tenía sentido que él girara la cabeza.
Se sacó el gorro, guardó el libro en la cartera. Se acomodó el pelo. ¿Se sacaba la bufanda o no? Mejor se la sacaba, así se mostaraba más y no se ocultaba. Pero no era suficiente, él seguía mirando para adelante. Se levantó.
Fue al asiento que estaba al costado de él, del otro lado del pasillo. Se sentó a mirar la ventana, pensando el momento justo para verlo. Sonrió. Al fin iba a poder verlo de verdad. Que él la viera, que hablaran. Que todo estuviera bien.
Él empezó a girar la cabeza. No podía permitir que la viera mirándolo. Se dio vuelta, a mirar la ventana. Pero al segundo se arrepintió. No podía aguantar un segundo más sin saber su historia, su vida, sus ojos. Giró con una sonrisa nerviosa. Era el momento que había estado esperando por mucho tiempo. ¿Cuántas veces lo había soñado? Acá estaba, por fin. Terminó de girar la cabeza, para siempre y nunca más.
Él no estaba en su asiento. Desde la puerta del colectivo, vio cómo el miraba el lugar donde ella alguna vez estuvo. Y se bajó.
Hay amores que simplemente no están destinados a encontrarse.
Comentarios
Publicar un comentario