El juego de la (falsa) comunicación

 



Lo saludo nuevamente, querido lector, esta vez para jugar a un juego. Había pasado un buen tiempo desde la última vez que nos habíamos comunicado. Le llamo comunicación a algo que no es tal, pero quiero creer que usted también lo considera de esa manera. En el fondo, mis palabras cobran sentido únicamente si usted las lee. Yo no existo más que en la lectura, y usted no existe más que en mí escritura. Sí, obviamente que lo imagino. ¿Qué se pensaba? Vayamos al juego, que es lo que hoy nos reúne. Me gusta la competencia, y estoy seguro de que a usted le encantaría ganarme.

Me gustaría ponerle cara y cuerpo, hasta historia, a quien me lee y será, por esta lectura, mi contrincante. Sin embargo, no me es posible, solo lo veo como alguien con los ojos abiertos y la imaginación en funcionamiento. ¿Y usted, cómo me imagina a mí?

¿Soy un caballero elegante, o un pobre desalmado que busca con palabras ilustrar su vida? ¿Soy un anciano lleno de experiencias, o un joven pretencioso? ¿Soy un enamorado de la vida, un aspirante a la grandeza, un fanático de la pasión? ¿O soy alguien que por aburrimiento o tristeza decidió tomar una pluma y delinear algunas frases sobre un papel?

Porque yo no sé quién es usted, no. Nunca lo sabré. Pero en este juego comunicacional al que estamos jugando, yo me encuentro en desventaja. Yo hablo (o escribo) todo el tiempo, y usted nunca responde. Yo podría contarle todo de mi vida y usted seguiría siendo un enigma para mí. Su posición le permite un total poder sobre la situación. No lo conozco, no sé cuál puede ser su próximo movimiento, no sé nada de usted. Está ganando. O eso cree.

Yo, sin embargo, poseo algo que usted no tiene. La palabra. Y sí, todo lo que usted conoce o sabe es gracias al lenguaje. Son las palabras la que le dan significado a su vida, sin ellas no podría ni imaginar. Vamos, inténtelo. Intente imaginar sin palabras, sin significado, sin definir lo que está pensando. No podrá.

También tengo otro artificio: la pluma. Entre ambas puedo hacer que su mente imagine lo que yo quiera. ¿Cómo? Simple, durante todo este tiempo me estuvo escuchando en su cabeza, aunque nadie le está hablando. Otro ejemplo: AHORA DE REPENTE ESTOY GRITANDO. ¿Por qué? Acérquese, se lo susurro al oído: porque yo decidí que así sea. Imagine a un niño, tierno y con voz fina: uzted no ze imagina nada, eztimado lector, zoy yo quien lo obliga a hacerlo.

¿Vio? Esas voces que escucha no son suyas, yo las planté en su cabeza, a la distancia, tan solo deslizando mi pluma por el papel. Y, sin embargo, usted todavía no sabe quién soy.

Podría pasarme horas (o páginas) enteras hablando de mi vida, diciendo verdades a mansalva y haciendo juicio sobre lo que me plazca. A usted, si se anima a leerme, le quedará siempre la duda de si es real, o solo un invento para distraerlo. En el juego de la comunicación nadie me gana.

No quiero preocuparlo, tampoco desafiarlo. Este juego se terminó hace rato, y usted sigue acá, así que entiendo que le queda algo por leer (no por decir, ese es mi trabajo).

Tranquilo, se lo digo yo, aunque me sea gracioso y quizás hasta un tanto humillante para usted: durante todo este tiempo, estuvo leyendo, imaginando, escuchando y hasta jugando con la voz de alguien que, en realidad, no existe. Pero eso ya se lo había dicho al principio del texto.

Qué poderosas son las palabras, ¿no?

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