El Ministerio del Tiempo



¿Cómo te explico que viajé en el tiempo? ¿Cómo te lo explico si me ves acá? ¿Cómo hacer que creas que puedo estar en dos lugares al mismo tiempo? Vos no sabés quién soy, pero yo ya sé todo de vos. Bueno, en realidad todavía no. Mi conocimiento actual pertenece al futuro, y la culpa la tiene el maldito Ministerio del Tiempo.

Tomá, estas flores te las regalo yo. Son las primeras que recibís de mi parte, pero en realidad van a ser las últimas que yo te dé. A veces el reloj nos condena a vivir atados al movimiento imparable de sus agujas y otras veces nos obliga a revivirlo. Quizás si te lo digo ahora puedo evitar ese futuro que nos condena a ambos a la soledad, aunque el tiempo no perdona a nadie y tampoco creo que desde el ministerio lo permitan.

Caí de casualidad, realmente no tenía pensado viajar en el tiempo. Estaba caminando por esta plaza que tantas veces había caminado sin detenerme a observarla. Entre arbustos y flores forman pasillos y sólo el árbol gigantesco que tiene el medio evita que sea un laberinto. Y en uno de esos recovecos hay una puerta. Tiene un farol blanco, que la ilumina de arriba. Y encima del farol hay un reloj, casi tan viejo como el tiempo, cuyas agujas nunca frenaron. Esa noche la puerta estaba abierta.

Mi curiosidad no me dejó irme pese a que, irónicamente, estaba con poco tiempo. Entré y vi un par de hombres de traje que me miraron sobresaltados. “Señor, discúlpeme, pero usted no puede estar acá”, me retó uno. En su pecho tenía una identificación, la cual tenía un par de números y decía “Ministerio del Tiempo”. Pensá que yo era periodista, sabía todo del Gobierno y estaba seguro de que ese ministerio no existía.

Les quise preguntar millones de cosas, pero un único “perdón” salió de mi boca. Cuando quise irme, la puerta no estaba más. Giré mi cabeza y los hombres tampoco estaban. Tampoco había ninguna otra puerta, así que me senté en un sillón a esperar que algo pasara. El piso de azulejos blancos y negros estaba brillante, recién limpio. Una lámpara amarilla hacía que el blanco de las paredes fuera un color sepia. Una televisión viejísima tenía sintonizado un partido de fútbol en blanco y negro. Lo miré unos minutos y después me percaté: el cuarto se estaba haciendo más chico.

Quizás no me creas, pero en ese momento sólo podía pensar en vos. Me estabas esperando en la esquina, para vernos. Pero yo estaba encerrado entre cuatro paredes que eran cada vez más pequeñas. Cuando el cuarto no medía más de un metro cuadrado, saqué el anillo y me quedé mirándolo. Lloré pensando en que moriría aplastado en un mísero cuarto antiguo de un ministerio que no existe.

Pero no, evidentemente no morí, porque acá estoy. Todo se puso negro y creo que me desmayé. Me levanté con los dos hombres mirándome. Uno le preguntaba al otro si yo era parte del esquema o si me iban a tener que eliminar. Inmediatamente vieron que estaba despierto y comenzaron a gritar: “¡Ministro!¡Ministro!”. Y ahí llegó él, un hombre atemporal. Era eso realmente: no sabía qué edad tenía. Podía ser un anciano o un niño, un joven o un adulto.

No te quiero mantener ocupada más tiempo. Aunque tampoco me creas, sé que tenés un lugar a donde llegar. Pero es realmente importante que sepas esto. El ministro me dijo que el esquema planteaba mi desviación. Me dijo que ese ministerio controlaba el correcto transitar del tiempo y que el mundo no frenara. Y que yo cayera en esa puerta era necesario para que arregle el pasado. Que lo arregle constantemente.

Si yo no viajaba a cuarenta años antes, no nacía. En cierto sentido, de ese viaje dependía mi vida. Nunca entendí por qué, sé que sabés lo que es el efecto mariposa así que te imaginarás que algo así era. Y no me quedó otra opción más que hacerlo. Ya arreglé el pasado: te lo cuento todo acá, en esta carta. Agarrala, no tengas miedo. Y ahora acá estoy, manejando esta humilde florería en la esquina de la plaza que siempre visitaba. Te estaba esperando, en realidad. Esperaba que vinieras a esperarme.

Pero hoy no me esperes acá. Tomá, llevá estas flores que en realidad no sabés que me gustan. Pero esperame en la otra cuadra. Así no me voy a cruzar con el ministerio y no voy a viajar. Si no hacés esto, no me vas a ver de nuevo, porque si mirás para atrás me vas a ver con esas flores que yo mismo me vendí para proponerte matrimonio. Y si muero, si desaparezco al evitar el ministerio, al menos sabré que lo intenté. Y que fue por vos. Andá, dale. No mires para atrás. Te queda poco tiempo.

Se encontró con él, recibió flores y un anillo. Y cuando miró para atrás, la humilde florería ya no existía.


La segunda parte de este escrito puede leerse en este link

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