Subjuntivo

 



¿Por qué no nos vamos de acá? ¿Por qué no ignoramos los gritos, la rutina y la adrenalina? ¿Por qué mejor no pateamos el tablero? Y nos vamos, nos vamos lejos. Corriendo, trotando, caminando. Cantemos esa música que solo nos gusta a los dos. Destruyamos los ideales que creamos acerca de nosotros, sorprendámonos mutuamente para cubrir nuestras decepciones.

Hagamos del tiempo un efecto fugaz. Juguemos con los minutos y las horas, convirtámoslos en días y años. Ignoremos si es de noche o de día. Tiremos el reloj y nunca jamás compremos otro. Vivamos como si no hubiera un ayer, y apuntemos a un mañana inexistente. Balanceemos nuestras manos, unidas, para adelante, para atrás y para siempre.

Consigamos que los lugares desaparezcan. Hagamos de esta Buenos Aires misteriosa la ciudad con la que Borges siempre soñó, y vivamos como si fuera la París en la que Cortázar creó. Que no exista el lugar fijo, que todo cambie según nuestros deseos. Existamos nosotros, que todo lo demás sea un complemento de cómo imaginamos la realidad.

Vayámonos lejos, pero quedémonos cerca. Abracémonos con la mirada y besémonos con la sonrisa. Y si la noche nos confunde con amantes, sentémonos en ella a cumplirle el capricho. Ignoremos el sonido y la oscuridad, y escuchemos lo que la luz y el silencio tienen para contarnos. Confirmemos que existen las eternidades en menos de lo que tarda en avanzar la aguja de un reloj. Creemos el infinito y moldeémoslo a nuestro gusto. Que el universo se haga presente cuando levantamos nuestros pies para avanzar. Y ahí, volemos.

Volemos como los pájaros y ganémosles a las aves. Sentémonos a crear formas con las estrellas del cielo. Identifiquemos a las estrellas que caminan en el día. Apaguemos los fuegos que queman en nuestro corazón. Pero prendámoslos de nuevo, y que ardan aún más fuerte. Lloremos, lloremos como nunca y no lloremos nunca más, que el agua de nuestras pupilas sea el alimento de nuestra tristeza. Satisfagamos nuestro deseo de sentir vacío y llenémoslo de vida.

Destruyamos todo lo que una vez creímos, para reafirmarlo en nuestra inteligencia. Usemos nuestros principios para evitar finales. Escribamos en la arena lo que queremos que se vaya con el mar. Y tiremos al mar lo que buscamos que vuelva con la marea. Imaginemos océanos de sol, y olas que rompan únicamente en la luna. Salgamos de nuestra cubierta con besos y no con adivinanzas.

Recemos a la noche y roguemos por un nuevo día. Salgamos a cazar amores pasajeros y convirtámoslos en nuestros clientes. Deseemos por imposibles y musicalicemos las posibilidades. Trepemos a los árboles para sentirnos en lo más alto. Raspémonos con las ramas, estornudemos con el olor de las hojas y golpeémonos con el tronco. Miremos las raíces del árbol, de nuestra historia y de nuestra conexión.

Usemos el tiempo, el espacio y el universo a nuestro gusto. Sin nadie más. Que todos nos miren del otro lado de la ventana, del lado de adentro. Y si los demás nos confunden con enamorados, actuemos para nuestro público ocasional. Creámonos nuestros papeles y vivámoslos como si condicionaran nuestra existencia. Dirijamos nuestra propia obra sin esperar el aplauso del final.

Que el sentido de las cosas se relacione a la conexión de nuestras miradas. Inventemos letras, palabras, frases. Hagamos nuestro propio diccionario, o nuestro propio idioma. Y que la base sea nuestro sentir. Completo, constante y fiel. Y eterno, mayormente eterno.

Vivamos. Existamos. Acá. Allá. Ahora. Siempre. Nunca. En el infinito. En la fugacidad. Condicionemos nuestra realidad. Sin nadie más. Con todos. No hace falta entenderlo todo. Solo tu mirada. Y si alguien, en algún momento de nuestra compleja existencia, nos pregunta el porqué de nuestro decidir, respondamos con otra pregunta, aunque no sepamos contestarla: ¿Por qué no?

Comentarios

Entradas populares