La falacia de las respuestas y los favores del universo



Vos no sabés lo que es estar enamorado y que no te correspondan. No, no tenés ni idea. Vos pensás que la tenés, pero no es así. Y durante mucho tiempo yo también lo pensaba, pero estaba equivocado. Sin embargo, una vez que realmente te das cuenta, que realmente sabés lo que es el rechazo en la cara, ahí te enterás.

Porque uno siempre deja la puerta abierta, ¿viste? Un rechazo solo no basta, dos o tres tampoco. Uno siempre piensa que puede cambiar la situación, engañar al universo, torcer el destino, encauzar el camino o girar en contra de las agujas del reloj. De alguna manera uno cree que puede ganar.

En el fondo, creo que es ese pensamiento que tenemos todos, ese de que estamos llamados a la grandeza. ¿Por qué querremos trascender? ¿Quién fue el que nos plantó la idea de que debemos hacer algo que sea significativo, recordado? ¿Y por qué ese recuerdo se relaciona con lo que los demás se llevan de nosotros?

En esos momentos donde nos rechazan, es cuando más guardamos esperanza. Porque pensamos “si por esto (que siempre creemos es lo más grande que llegamos a hacer) me rechazan, entonces cuando gane (estamos seguros del triunfo) va a ser por algo mucho mayor”.

Ya sé lo que pensás: es todo lo contrario. Y es fácil llegar a ese pensamiento, no te culpo. De hecho, he llegado tantas veces a la misma conclusión, pensando que debía cambiar el final. Pero era el principio el equivocado. Ya alguien lo dijo: el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.

Pensalo bien: las veces que perdiste, ¿te resignaste totalmente, diste todo por perdido? ¿O pensaste que de alguna manera ibas a salir, que serías recompensado por otro lado? El universo te dio la vida, no te debe nada más. Sí, lo sabés. Pero a la vez, esperás una más, como un favor, como que te dé una mano. De onda nomás.

La idea de trascendencia viene acompañada de recuerdo. Nadie más que cualquier otro ser humano puede hacer que seamos trascendentes. Porque podés construir el lugar más hermoso del mundo, o idear la mejor manera de ser felices; pero si nadie lo experimenta: ¿realmente fue lo mejor? Por consiguiente, volvemos a lo mismo: lo significativo es así gracias a otra persona. Y cuando entendemos que no todos podemos cambiar el mundo, nuestra idea de éxito no va a otra persona, va a esa persona.

Nos resguardamos en la idea del amor eterno, de la media naranja, de nuestro semejante. Esa persona que le va a dar significado a nuestra vida, que con su sola presencia todo va a estar en orden pese a esa locura que es la cotidianidad. Y si nos rechazan, vamos en busca de otro. Y después de otro. Y después de otro. Cada vez con menos ganas de salir a buscarlo, pero aumentando nuestras posibilidades de que nos encuentre.

Y a veces, como un error en un sistema cualquiera, nos trabamos con una sola persona. Y nos rechaza, pero vamos en busca de nuevo. Y nos vuelve a rechazar. No siempre explícitamente, no. A veces sabemos que se viene el rechazo y vamos a buscarlo igual, cual pájaro que vuela contra el viento. Y es ir, e ir, e ir. Pero no hay correspondencia. No hay más vuelta que con la cabeza baja y los brazos al costado del cuerpo.

Vos no sabés lo que es estar enamorado y que no te correspondan. Y cuanto más leo esta carta, más me doy cuenta de que la debería haber enviado hace mucho, cuando todavía éramos amigos. O cuando todavía nos conocíamos. O cuando todavía te acordabas de mi nombre. O cuando todavía reconocías mi cara. Porque hoy te miré a los ojos, en busca de esa luz que siempre encontraba, pero solo me vi reflejado en tu pupila, mientras a lo lejos, casi en un suspiro, se perdían las palabras “¿te conozco?”. Y ahí me enteré: uno nunca deja de estar enamorado. Es la vida la que nos logra desenamorar, y ese es quizás el último favor que nos hace el universo.

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