Elegía

− No sé, a veces siento que nada importa, ¿no te parece? No entiendo para qué estamos acá. ¿Para qué hacemos todo lo que hacemos? Si a fin de cuentas terminamos en un cajón, en un álbum de fotos y en memorias que dentro de poco van a desaparecer. Nuestra existencia es un mero hecho en el tiempo. Y el tiempo no perdona a nadie. Todos, definitivamente todos, vamos a desaparecer en algún momento.
− No es así. No existe la no existencia, más allá de esta frase. Es complicado, no paradójico, pero prevalecemos.
− Sí, puede ser. Pero ese pensamiento es engañoso. ¿Realmente es eso lo que buscás, lo que busco yo, o lo que busca cualquiera? ¿Dejar marca? No considero que alguien se vea realizado por una placa o una foto en algún libro escolar. Me parece que estamos hechos para otra cosa. El tiempo desgasta, pero también enseña. Y hasta ahora lo único que me queda claro es que estamos hechos para desaparecer.
− Es que no desaparecemos. Nos vamos a otro lado, de otra manera, nos reconvertimos. No, pará, no me interrumpas. Hay un hecho científico, más allá de toda religión, creencia o leyenda: la energía no desaparece, sino que se transforma. Y nosotros somos energía, como casi cualquier otra cosa. Pero como energías pensantes, intentamos darle sentido a nuestra existencia. El problema radica en que nunca hubo sentido. El amor no tiene sentido, simplemente sucede. La amistad no tiene sentido, simplemente se da. La tristeza no tiene sentido, simplemente reemplaza a la ausencia de amor. Son palabras. Palabras que definen, pero que limitan. Nuestro lenguaje determina nuestro entendimiento. Y estás intentando poner en palabras algo que nunca las va a tener. Porque las palabras son un significado que termina en el punto de un diccionario. Y la vida significa eternidad.
− Pero yo no quiero ser una energía existente. Una energía como cualquier otra. Que empieza, transita y se transforma. ¿Para eso estamos? ¿Para ser energía fluctuante?
− Te equivocás de nuevo. Vos exististe más que nunca cuando dejaste pasar a una persona en la fila, cuando regalaste una moneda, cuando contaste un chiste o cuando abrazaste. También cuando amaste sin esperar nada a cambio, o cuando lloraste sin consuelo. Probablemente sos ese que formó una familia porque se fue del asiento del colectivo cuando se podría haber quedado. O el que devolvió esperanza cuando decidió sonreírle a alguien que se ahogaba en lágrimas. Marcás caminos todo el tiempo, pero no te lo dicen y por eso no te das cuenta. El universo es noble, hace buenas acciones minuto a minuto y no te dice nada.
− Entonces te deja con un sabor amargo. ¿Por qué no te dice nada? Está bien, cambiás vidas, minuto a minuto, segundo a segundo, aunque parezca mentira. Pero no te enterás. Si un árbol se cae en el medio del bosque y nadie lo escucha, ¿realmente hace ruido?
− El más fuerte de todos. Es verdad que nadie te dice cuando estás cambiando vidas. En realidad, te lo dicen todo el tiempo, porque es tu propia existencia la que también es alterada. Mirá alrededor de tu casa, o buscá en tus recuerdos. Ahí hay pequeñas energías que no son tuyas, que la hiciste parte de vos. Esos son recuerdos de tu esencia, y también de las vidas que cambiaste. Se reemplazan constantemente. Somos una extraña contradicción: cada uno es por sí solo, pero también es pequeñas partes de todos los demás. De nuevo, el problema es lingüístico, no podemos definirnos con palabras. Sí podemos acercarnos, pero hay que ser cuidadosos. No somos simples energías que se transforman. Hay dos letras demás en esa frase. Somos energía que transforma.
Lo miró, y abrió la boca, como para hablar, pero no pudo decir nada.
− Ya lo dijo alguien, no importa quién. Parece mentira, pero somos inmortales. Las verdades más profundas siempre suenan falsas. A fin de cuentas, son pequeñas mentiras reales que nos recuerdan una y otra vez que la eternidad es un instante. Y si nuestra existencia está compuesta de millones de instantes, ¿cómo podemos desaparecer?
Se paró, absorto. La eternidad, a su lado, siguió caminando, y se perdió en medio de la noche. Y aunque no entendía cómo, ni por qué, sonrió ante un sentimiento que jamás definiría con palabras. Su infinito se había vuelto más grande.
− No es así. No existe la no existencia, más allá de esta frase. Es complicado, no paradójico, pero prevalecemos.
− Sí, puede ser. Pero ese pensamiento es engañoso. ¿Realmente es eso lo que buscás, lo que busco yo, o lo que busca cualquiera? ¿Dejar marca? No considero que alguien se vea realizado por una placa o una foto en algún libro escolar. Me parece que estamos hechos para otra cosa. El tiempo desgasta, pero también enseña. Y hasta ahora lo único que me queda claro es que estamos hechos para desaparecer.
− Es que no desaparecemos. Nos vamos a otro lado, de otra manera, nos reconvertimos. No, pará, no me interrumpas. Hay un hecho científico, más allá de toda religión, creencia o leyenda: la energía no desaparece, sino que se transforma. Y nosotros somos energía, como casi cualquier otra cosa. Pero como energías pensantes, intentamos darle sentido a nuestra existencia. El problema radica en que nunca hubo sentido. El amor no tiene sentido, simplemente sucede. La amistad no tiene sentido, simplemente se da. La tristeza no tiene sentido, simplemente reemplaza a la ausencia de amor. Son palabras. Palabras que definen, pero que limitan. Nuestro lenguaje determina nuestro entendimiento. Y estás intentando poner en palabras algo que nunca las va a tener. Porque las palabras son un significado que termina en el punto de un diccionario. Y la vida significa eternidad.
− Pero yo no quiero ser una energía existente. Una energía como cualquier otra. Que empieza, transita y se transforma. ¿Para eso estamos? ¿Para ser energía fluctuante?
− Te equivocás de nuevo. Vos exististe más que nunca cuando dejaste pasar a una persona en la fila, cuando regalaste una moneda, cuando contaste un chiste o cuando abrazaste. También cuando amaste sin esperar nada a cambio, o cuando lloraste sin consuelo. Probablemente sos ese que formó una familia porque se fue del asiento del colectivo cuando se podría haber quedado. O el que devolvió esperanza cuando decidió sonreírle a alguien que se ahogaba en lágrimas. Marcás caminos todo el tiempo, pero no te lo dicen y por eso no te das cuenta. El universo es noble, hace buenas acciones minuto a minuto y no te dice nada.
− Entonces te deja con un sabor amargo. ¿Por qué no te dice nada? Está bien, cambiás vidas, minuto a minuto, segundo a segundo, aunque parezca mentira. Pero no te enterás. Si un árbol se cae en el medio del bosque y nadie lo escucha, ¿realmente hace ruido?
− El más fuerte de todos. Es verdad que nadie te dice cuando estás cambiando vidas. En realidad, te lo dicen todo el tiempo, porque es tu propia existencia la que también es alterada. Mirá alrededor de tu casa, o buscá en tus recuerdos. Ahí hay pequeñas energías que no son tuyas, que la hiciste parte de vos. Esos son recuerdos de tu esencia, y también de las vidas que cambiaste. Se reemplazan constantemente. Somos una extraña contradicción: cada uno es por sí solo, pero también es pequeñas partes de todos los demás. De nuevo, el problema es lingüístico, no podemos definirnos con palabras. Sí podemos acercarnos, pero hay que ser cuidadosos. No somos simples energías que se transforman. Hay dos letras demás en esa frase. Somos energía que transforma.
Lo miró, y abrió la boca, como para hablar, pero no pudo decir nada.
− Ya lo dijo alguien, no importa quién. Parece mentira, pero somos inmortales. Las verdades más profundas siempre suenan falsas. A fin de cuentas, son pequeñas mentiras reales que nos recuerdan una y otra vez que la eternidad es un instante. Y si nuestra existencia está compuesta de millones de instantes, ¿cómo podemos desaparecer?
Se paró, absorto. La eternidad, a su lado, siguió caminando, y se perdió en medio de la noche. Y aunque no entendía cómo, ni por qué, sonrió ante un sentimiento que jamás definiría con palabras. Su infinito se había vuelto más grande.
Elegía: composición poética que está asociada al lamento por la muerte de un ser querido o a cualquier acontecimiento que provoca dolor y tristeza.
Comentarios
Publicar un comentario