Inercia
− Hola, ¿todo bien?
− Sí, sí, bien. ¿Quién habla?
− Soy vos, pero del futuro. Sí, ya sé. Te va a sonar raro, vas a pensar que es una estafa o que soy algún amigo tuyo haciéndote un chiste. “A ver con qué estupidez me sale”, estás pensando. “¿Cómo sabía?”, pensaste ahora. Lo sé porque soy vos, pero con un poco más de experiencia. Y ahora escuchame, porque no tengo mucho tiempo.
− No, pará, pará. No entiendo nada. ¿Quién sos?
− Ya te lo dije. Soy vos, pero del futuro.
− No, eso ya lo escuché, pero… ¿cómo querés que te crea? ¿Me entendés, no? De la nada me llamás y me decís eso. Es poco creíble.
− Sí, tenés razón. No sé cómo explicártelo. A ver, si mal no recuerdo tenés un billete de 100 pesos y una barrita de chocolate en el bolsillo, ¿no? Bueno, la barrita ya se derritió, podés tirarla.
− Imaginemos que te creo. ¿Para qué me llamás? Claramente me tenés que decir los resultados de la lotería y a qué acciones apostar.
− Qué mente corta que tenés a veces. Bueno, en realidad yo también. Soy el vos de una noche después. No estoy tan adelante. Solo diez horas. Y estás perdiendo un tiempo muy valioso. Escuchame bien: estás hace tres horas en ese bar esperando que alguien te venga a hablar o que te preste atención. Dejá de intentar dibujarla, te va a seguir saliendo deforme, borroso o desprolijo.
− ¿Entonces me voy?
− No. No te vas a ir, aunque yo te lo diga. La esperanza siempre fue algo nuestro. No sé por qué, es lo más difícil, aún más que darse por vencido. Siempre nos gustó el desafío.
− Ahora vos sos el que está perdiendo el tiempo.
− Sí, sí, perdón. En cualquier momento va a entrar alguien por esa puerta, y va a ser la persona más linda que viste en tu vida. ¿La encontraste?
− La veo. Es la que tiene el saco rojo y está con el grupo de amigos, ¿no? Es verdad, es hermosa. Ahora solo queda…
− No, no es esa. Cómo te gusta enamorarte de desconocidos, eh. Es la que viene atrás.
− Pero esa chica… ¿Qué hace acá? Es amiga mía.
− ¿Te sorprende?
− No, suele venir por acá. Ojalá que no me vea, estoy bastante desarreglado.
− ¿Y?
− Nada, no sé. Voy a seguir jugando a tu juego de adivinanzas, mejor. Me parece que es la que viene atrás de ella, la que está al lado del tipo con la gorra. También es linda.
− Dejá de buscar a desconocidos lindos por una vez, por favor. Haceme caso, es tu amiga.
− ¿Por qué?
− Te pasaste la vida imaginando que, como sos vos, tu amor tenía que ser digno de una película. Estuviste noches enteras pensando en encontrarte con una desconocida y tener esas conversaciones que te cambian la vida. Dibujaste a tu cita perfecta deseando que, mágicamente, esa desconocida saliera de la hoja y se sentara al lado tuyo. Estuviste toda tu vida apuntando a la perfección. Y eso que mirabas para adentro y no te gustaba lo que veías, pero aún así querías que la persona te aceptara mientras se mantenía perfecta. ¿Cómo la conociste a tu amiga?
− Ya sabés, si vos sos yo. Es amiga de mi prima, simplemente coincidimos en demasiados lugares y la inercia nos llevó a hablar.
− Ahí es donde errás. ¿Estás seguro de que fue la inercia? ¿No es ella la que te hace querer ser feliz en vez de estar menos triste? ¿No es ella a quien le deseás más bien que a vos? ¿No es con ella que encontrás paciencia? ¿No es con ella que te olvidás del reloj?
− Qué sé yo. Mirá lo que me estás preguntando. ¿Por qué me decís todo esto? Ahora voy a estar toda la noche pensándolo en vez de disfrutar.
− Jamás te hubieras dado cuenta si yo no te decía. Cuando la mires a los ojos y escuches su risa, vas a sentirte perfecto. Y ahí, te lo juro, se te va a ir ese miedo a la muerte que tenés escondido. En estos segundos que te quedan pensá en qué podés dibujar. Porque cuando empieces a hablar con ella, no vas a querer retratar otra cosa. El amor es música sin melodía, pintura sin cuadro y poesía sin letra. Es la manifestación más pura del alma humana.
− ¿Todo eso por una noche? En fin, me tengo que ir, ya me vio. Gracias, supongo. ¿Ahora tengo que llamarme al final de la noche o algo así?
Nadie contestó. Ella lo saludó con un beso y le agradeció por el llamado, mientras él la miraba con una mezcla de extrañeza y devoción. Y, mientras salían a caminar por la admiración que ella tenía de esa noche, que estaba iluminada por el reflejo de las luces en los charcos, él se sacó la gorra y la dejó en la mesa del bar, al lado del saco rojo, para que ellos la encontraran al volver y todo suceda, simplemente, por inercia.
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