Arena e ilusión



A veces me gusta construir sobre arena. Y soy un hábil constructor. De hecho, creo que soy de los mejores en el rubro. Porque yo construyo con ilusiones. Sí, así es, he logrado construir magníficos castillos e imponentes rascacielos que se apoyaban en la mismísima arena. Y así hice la mejor historia de amor jamás contada.

Es muy simple, todo comenzó con una palabra, un gesto o una mirada. Ese es el primer ladrillo. Luego vinieron charlas eternas por la noche y chistes internos: pequeñas ilusiones que forman poco a poco una edificación. Pero no son solo esas, no. También existieron las grandes promesas y los abrazos largos, existieron las confesiones de amor y la convivencia pacífica: estructuras fuertes, que pronostican un futuro alentador.

Y ahí fue donde utilicé toda mi habilidad. Manejo las ilusiones cual malabarista experto, construyo con ellas sin dejar que ninguna se caiga. Todo tiene un sentido, todo se enmarca dentro de un plan mayor. Y así nadie podrá hablarme de advertencias, de señales o de alertas. Porque en el momento en que lo construí todo tenía sentido. Como tendrá sentido para usted la historia de amor más grande jamás contada.

Escúcheme, soy un maestro de la mentira. Con los demás puedo mentir, sí, pero mejor lo hago conmigo mismo. Sé decirme cuándo todo será diferente (para bien) o cuando todo seguirá igual (porque está bien). Sé calmarme y prometerme. Por Dios, hasta sé hacer que los demás me mientan a mí, y logro creermelo. Me fuerzo a seguir escribiendo ya que creo que usted me seguirá leyendo pero... ¿Realmente es así? ¿O estas son palabras vacías de un escrito desesperado? Quizás usted espera llegar a esa historia de amor, sí, esa jamás contada. Bueno, ya viene.

Una vez construido el primer piso en base a ilusiones, llegó el segundo. No soy cualquiera, todos los cuartos tienen su baño y las ventanas son amplias. Mi casa de ilusiones es perfecta. Y la persona me dio las razones. Me quiso cuando lo necesitaba y me escuchó cuando quería hablar: dos perfectas columnas en mi casa de ensueño. Y así, lector, en base a sus acciones y mis pensamientos, construí mi más querida residencia. Y en sus paredes estaba escrita mi historia de amor.

Sin embargo, nadie vive en mis palacios ni rascacielos. Nadie visita mi casa. Porque en realidad no existe. Como tampoco existe la historia de amor que usted esperaba escuchar. Yo le avisé: jamás había sido contada. Pero no le dije el porqué. Y la razón es que nadie la contó porque nadie la escuchó. Y usted, ingenuamente, creyó que vendría porque yo construí con su ilusión. Y usted me ayudó, no por nada siguió leyendo.

Ese fue su error. Y es el mío. Ambos construimos sobre arena. Y construimos de manera perfecta, pero nos faltó tener en cuenta lo más importante. No había cimientos firmes. Y así, tan rápido como construyo, mis creaciones se caen a pedazos.

¿A qué voy con todo esto, mi querido lector? Primero debo advertirle que no siempre me crea, soy un hábil mentiroso que sabe jugar con su ilusión. Pero segundo, y quizás más importante: las historias de amor jamás se construyen con meras ilusiones. Fije sus cimientos de a dos y, si el tiempo lo permite, ambos podrán leer este escrito con una sonrisa, sabiendo que nunca más volverán, como yo lo sigo haciendo, a construir sobre arena.


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