Fragor de un enamorado sin remedio

No te puedo sacar de mi cabeza. Te apareciste por primera vez, sigilosa, casi pidiendo permiso. Te dejé pasar, obviamente. Tengo enamoramientos casi diarios con personas con quienes apenas comparto unas pocas palabras o la cercanía en un lugar al que jamás volveré, así que una más no iba a hacerme mucho problema.
Te sentaste en ese rincón de la mente donde se encuentran todas las demás frustraciones, olvidos, rechazos y los que personalmente más me duelen: los "podría haber sido". Tímida y silenciosa, no dijiste palabra alguna, y te pusiste en el fondo. Quizás pensaste que ahí no te iba a encontrar.
Habrá sido tu cuerpo, tu manera de pensar o la forma en que tus mejillas se ponen coloradas cuando hablas de algo que te interesa. Porque hablamos muchísimo, discutimos sobre temas que me encantan y nos reímos de cosas que solo nosotros entendemos. Sin embargo, en todo este tiempo que llevamos en la vida del otro nunca pude distinguir si me contestabas realmente o solo me decías lo que quería escuchar.
Te dedico noches enteras pensándote. Viajamos juntos, a todos lados. Siempre fuiste medio distante, de alguna manera siento que no podés recrear todo eso que sos en realidad. De todas formas, tranquila. Yo no olvido. Siempre estuviste donde yo quería que estuvieras y, si yo me sentía mal, tenías las palabras justas para cambiarme la cara.
Es lindo el reencuentro. Porque muchas veces desaparecés por horas, días o meses. Quedás casi olvidada, pero el destino siempre puso ocasiones casuales para volvernos a encontrar. Y aunque en todas esas veces te volvía a ver, un poco dolía, porque fuiste todo eso a lo que siempre apunté y, aunque cerca, siempre permanecías lejana. Sos de esos dolores que acepto sufrir, porque sé que de alguna manera es el papel que me toca cumplir. Mis amigos me dicen que te deje ir, que sos solo una idea de eso que busco, pero yo no quiero.
No quiero sacarte de mi cabeza. Poco a poco la vas invadiendo, abarcando todos mis pensamientos y decisiones. ¿Sabés qué pasa? Sos pura, transparente, radiante. Sos todo lo que quiero que seas, todo lo que es bueno para mí. No me aburro ni me peleo, me acompañás a todos lados y ves lo que yo veo. Estoy seguro de que sos la persona perfecta: no hay nada ni nadie que te iguale.
Ya no dejo pasar a nadie más. Dejé toda interacción, cerré todas las puertas y en el rincón de mis frustraciones, olvidos, rechazos y “podría haber sido” solo estás vos, en todas y cada una de las secciones. No quiero perderte. Si desaparecés, si te vas por completo y ya no te veo, no sé qué haría. Sos el sustento de mi vida, gracias a vos hago lo que hago, cada paso que doy es un intento por tenerte cerca, pero cuando avanzo vos avanzás también. No me molesta: puedo jugar a este juego toda mi vida.
Sé que en realidad nunca me viste, sé que no sabés quién soy. Sé que cuando busco en mis recuerdos, no puedo divisar esa vez que creo haberte visto a lo lejos. ¿Habrá sido un encuentro, o te vi en un libro? ¿Habremos charlado o te soñé como una mezcla de todo lo que perdí? Soy consciente de que en realidad nunca tuviste cara ni presencia física. Aunque lo niego, entiendo que quizás seas una idea más que una persona. Creo que, en el fondo, no te quiero sacar de mi cabeza porque ese es el único lugar donde realmente existís.
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