Cuestión de orgullo
Odio que encima me hayan dado el puesto a mí y que me invites a comer enfrente de todos para felicitarme. Odio que te aplaudan por tu bondad y a mí sólo me den palmadas de felicitación. Odio que todos piensen que vos merecías el puesto por ser buena persona, Sanguinetti. Odio que te esfuerces tanto por marcar que yo también soy buena persona. Odio que me pagues la comida y que todos en el restaurante piensen que sos mejor que yo.
Odio que nuestros compañeros de oficina hablen de nuestra “sospechosa” amistad. Odio que nadie sepa que te odio, y que no pueda decirlo porque sino me van a odiar a mí. Odio que todas las tareas que te encargo las hacés con una sonrisa, y encima a veces me dejás chocolates encima de los papeles. ¿Hay algo más odioso que eso? Es creérsela, Sanguinetti, pero acá es todo al revés: todos se creen que sos humilde, y que yo te hago ojitos cuando pasás por mi oficina.
Te odio tanto, Sanguinetti. Odio que te vistas bien, que tengas un auto que siempre anda perfecto y que te guste tanto el fútbol. Te odio porque me invitaste a salir enfrente de todos y no podía decir que no. Odio que me hayas llevado a mi restaurante favorito y me hayas regalado el reloj que una vez mencioné a la pasada. Odio que ahora cada vez que veo la hora me acuerde de tu cara con esa sonrisa arrogante.
Odio que ahora todos estén ilusionados con nosotros. Odio que te haya tenido que invitar a salir yo. Odio que hables con nuestros compañeros sobre las miradas que te echaba cada vez que pasaban. Eran de odio Sanguinetti, de odio. No de amor. Y lo siguen siendo. Odio que todos te quieran tanto. Odio que todos hablen de nuestro futuro. Odio que tenga que aceptar las felicitaciones de todos y que no pueda escaparme porque tengo una imagen que mantener.
Odio que tus papás sean tan amables, que todos en tu familia me quieran. Odio que ya ni siquiera me competís, y que renuncies a tu puesto en la oficina para que no haya problemas con Recursos Humanos. Odio que me vengas a visitar todos los almuerzos y que todos los de la oficina se queden hablando con vos, porque a mí me tienen que ver ocho horas al día.
Te odio demasiado, Sanguinetti. Odio tus regalos siempre acertados y tu sonrisa blanca y perfecta. Odio que no pueda decirte que te odio porque si no vos ganarías. Odio tu casa, tus decoraciones modernas y tu “cuarto de entretenimiento”, con todos mis juegos preferidos. Odio vivir ahí, odio el café siempre esperándome a la mañana y la cena en la terraza por la noche, con vino y estrellas de por medio.
Odio que me hayas sorprendido en la oficina con un anillo, porque tuve que decir que sí para que todos festejen y no arruinar el momento. Odio ir a comprarte un anillo. Odio pensar regalos para tu cumpleaños, odio que me pregunten de vos y tener que hablar de todo lo que te gusta y yo detesto. Odio que te ocupes del casamiento y no pueda elegir nada. Odio cómo todos nos aman.
Odio que te diga que no quiero hijos pese a que sé cuánto los querés y que lo aceptes porque querés que sea feliz. Odio acceder a tenerlos para que yo sea la buena persona, pero que todos te feliciten por “ser tan paciente” y finalmente “convencerme”. Odio que todos me hablen de tu asombrosa dedicación a la familia mientras nadie habla de mi trabajo. Odio que te pienses al lado mío hace tanto tiempo, y que proyectes toda nuestra vida. Odio que no puedo irme, porque voy a quedar mal. Odio no saber cómo tirar abajo esa imagen tan falsa que creaste. Odio saber que lo único que querés es destruirme, ganarme, bailar sobre mis cenizas.
Te odio para siempre, Sanguinetti. Odio tus abrazos cálidos y tu sonrisa risueña. Odio tus caricias y tu manera de mirar el cielo. Odio que te hayas enfermado, que te haya tenido que cuidar. Odio que todos te despidan hablando de cómo les cambiaste la vida. Odio tener que llorar enfrente de los demás. Odio que todos lamenten cómo te fuiste “tan joven” si eras “de las personas más buenas que conocieron”. Odio que me ganaste, Sanguinetti. Odio tener que mantener tu legado, y hablar de vos para siempre. Odio tu dedicación para meterte en mi vida. Odio, Sanguinetti, que me hayas amado más de lo que yo alguna vez pueda ser capaz.
Comentarios
Publicar un comentario