Evolución
Me parece que ya no sé quién es. De verdad, me parece que perdí la noción sobre quién esa persona que está junto a mí. Y se lo digo a usted, porque esa persona no puede verlo. Tampoco es que yo pueda, pero sé que está presente, sé que puede leerme e imaginarme. No nos podemos ver, pero nos entendemos a través de las palabras. Imagíneme, estoy ahí en ese lugar donde usted me piensa, con esa persona al lado mío. Y nos miramos a los ojos, y miramos a los demás. Pero yo ya no la conozco.
Es extraño pensar que la persona más cercana a uno puede ser una total desconocida. En un principio pensé que la había adivinado, era lindo verla entre sonrisas y miradas juguetonas. Me consideraba un afortunado por acompañar su felicidad, pero aun más por poder entrar en sus momentos donde todo estaba mal. ¿No es así, estimado lector? ¿La presencia en los malos momentos, no es señal de que algo fuera de lo normal está pasando?
Estoy seguro de que me entiende. De repente pude entrar en todo eso que pensaba prohibido, en todo eso que era un misterio tan fascinante como su manera de hablar sobre lo que le gustaba. Era evidente, me estaba enamorando. Y enamorarse es caer. Caer profundo, enredarse entre telarañas que no alcanzan para sostenerlo, sino únicamente para confundirlo. Y el hoyo no tiene fin. Y uno sigue cayendo. Ah, pero el vértigo. El maravilloso vértigo de lo desconocido.
Con el tiempo me di cuenta de que tenía límites. Y aunque ya lo sabía, pensaba que en este caso iba a ser diferente, pero no lo es. Las personas son limitadas, tienen barreras que nos repelen de ese ideal que buscábamos. Pero las abracé, porque eso hacen los enamorados: creer en que en el amor no hay errores, que todo se perdona por el momento en que los labios se tocan o las risas coinciden.
Y mi idea del amor se fue transformando. Allá va, a buscarse un trago, que ya no sé si es para escaparse de mí o para perderse entre el alcohol y la música. Estoy seguro de que le pasó, querido lector. Ve a esa persona y se pregunta: ¿cómo puede haber pasado, si todo iba bien? Quizás así quiso que lo fuera, e ignoró las señales que nadie ve hasta después de sufrirlas. Déjeme aclararle algo, aunque yo mismo esté lejos de entenderlo: la idea del amor difiere enormemente del amor.
Y al hombre le encanta vivir en el mundo de las ideas, en la búsqueda de una idea definitiva, esa que se va a materializar. Usted y yo, lector, confundimos el amor con la idea que tenemos de él. “Andate”, me dicen. Y sí, puede ser, quizás debería hacerlo. Pero la quiero, es quien me descoloca cada vez que existe algo que creo firme. “Hay tiempo”. Sí, pero siempre hay tiempo y nunca llega nada. Me gustaría que no haya tiempo, que todo lo que se supone que tiene que llegar, llegue. Todo junto, así no espero más. ¿Me equivoco, o usted tampoco disfruta de esa espera?
“Lo que importa es el camino”, pero yo ya me harté de caminar. Camino, corro, troto y no pasa nada. Y si me quedo quieto pierdo, porque usted sabe muy bien que todos corremos una especie de carrera en la que competimos por alcanzar eso que sabemos que alguien tiene, pero no sabemos donde lo dejó. Volvió con su trago, se rio de mi chiste, y miró para otro lado. Mi chiste no fue un chiste, y mi sonrisa es mi barrera contra las lágrimas.
Camine conmigo lector, y con la persona con la que estoy. ¿Nota la tensión? Ambos queremos decir o hacer algo, pero ninguno se anima. Tememos que eso sea tomar la dirección equivocada. ¿Quién quiere quedarse solo en la calle, habiendo perdido lo que pensaba que tenía? El pasado ya se fue, y nos agarramos de él, aunque no exista, porque pensamos que, si apretamos lo suficiente, aparecerá un futuro.
El amor era de rosas y ahora es de espinas. El amor era de sorpresas y ahora es de decepciones. La sonrisa era original, pero ahora es incómoda. Me agarró la mano, pero temblé y me la soltó. La miré a los ojos, pero no los encontré. Hace frío, lector, veo como se frota las manos. Quiero abrazarla, solo para sentir un calor que necesito y no encuentro. Pero no lo hago. Es feo que rechacen un abrazo.
Y se fue. Se fue para su casa, o para siempre, ya no lo sé. Porque no sé dónde estoy, pero sé que no es donde quiero estar. Es mejor que no estar en ningún lado. Aunque ya no sé si quiero estar en algún lado. Se fue esa identidad que pensaba conocer. Se fue esa idea que alguna vez tuve tan clara. Ya no existe, o quizás nunca lo hizo. Mire, lector, se hace cada vez más chica en la lejanía. Es casi un punto perdido. Se desvaneció. Ahí se fue la persona que pensaba que yo era. Me parece que ya no sé quién soy.
Comentarios
Publicar un comentario