Aproximaciones a la sensación de eternidad



¿Cómo le va, querido lector? Sabrá que siempre es un gusto recibirlo y poder discutir −al menos en mi mente− con usted. Disfruto de hacerme preguntas para que usted las conteste en su intelecto mientras yo atino a una respuesta en estas líneas. En este caso, lo obligo a pensar conmigo: ¿existe una mala historia de amor? ¿Hay alguna historia mejor que otra? Antes de pasar al siguiente párrafo, deténgase un momento a considerarlo. ¿Listo? Ahora sí, continúe.

Lamento, en primer lugar, no poder escuchar su respuesta. Yo considero que la segunda pregunta es mucho más simple: sí la hay. Esto siempre y cuando hablemos desde un punto de vista objetivo (aunque no existe la objetividad plena, intentemos acercarnos a ella lo más posible), ya que si juzgamos desde la experiencia de quienes formaron (o forman, todavía) parte de una historia de amor, esa será la más hermosa jamás contada. Pero que dos personas sean presentadas por amigos en común no se compara en absoluto con una épica cruzada a través del mundo en busca de aquella que una vez nos miró a los ojos en un tren. Objetivamente, una es mejor que la otra.

Fíjese que por historia de amor siempre tomamos el principio, casi nunca su desarrollo y mucho menos su final (¿fue amor si terminó?). El desarrollo de cada historia es único, con sus problemas y soluciones, sus diálogos y canciones, sus sonrisas y maldiciones (¡Mire! ¿Sabía que se me da fácil la rima?). Pero, intentando ser objetivo nuevamente, escuchar el desarrollo es aburrido, a excepción de algo épico que le agregue un poco de chispa a la mundanidad de regalar flores, escribir poemas, sonreír en conjunto y visitar lugares (nuevos o conocidos).

Aunque le dediqué dos párrafos (prometo no agregar muchos más), no es esa clasificación la que me interesa, sino otra: ¿hay alguna mala historia de amor? Permítame aclarar: con mala no me refiero a que contenga dentro de sí un calificativo negativo, porque la objetividad, ya lo sabe, es imposible. Tampoco la relaciono a los hechos que la circundaron o contribuyeron a su desarrollo. En cambio, con mala me refiero a que en su raíz contenga maldad, corrupción, perversidad: que la unión comience por un objetivo común que es malo.

Es extraño: toda persona desea una historia “distinta” a lo “normal”, aunque si la tuvo o tiene (y si no, no desespere: la tendrá) probablemente ya existen miles de ese tipo. Muchos hipócritas hablan del destino y de la no existencia de la casualidad, pero lo que más desean es que un encuentro fortuito les regale al amor de su vida para después poder decir que, en realidad, estaba todo escrito −aunque generalmente no dicen (ni saben) por quién, o, aún peor, por qué−.

Lo desafío, estimado oyente (y digo así porque, más allá de que me lee, usted escucha mi voz en su cabeza), a encontrar una mala historia de amor. Sea impasible, despiadado, frío: realista. Quizás le resulten aburridas, pero no por eso son malas. Cada una cumple el requisito mínimo para ser otro capítulo en el libro de relatos del bien. Permítame hacer una digresión: quiero remarcar que son historias de amor. En este sentido, no entran las parejas forzadas, algún culto extraño, la veneración del mal o cualquier tipo de unión que no sea voluntaria y producida por algún hormigueo en alguna parte del cuerpo. Atengámonos a lo que consideramos normal.

Volviendo a nuestra causa inicial, le propongo que hagamos un ejercicio. Pongamos títulos: “la vi bajo la lluvia”, “me tocó una canción de amor”, “le preguntó a mi amiga por mí”, “fuimos unidos por una tragedia”, “me vio a lo lejos y se enamoró”, “fuimos amigos toda la vida, pero recién nos dimos cuenta de que era más que eso”, “sufrimos mucho, pero nos mantuvimos juntos”. ¿Lo ve? Ninguna es mala.

Podemos entonces llegar a la conclusión de que no existe una mala historia de amor. Sin embargo, no nos quedaremos solo con eso, o al menos yo no pretendo hacerlo. Y sé que usted me acompaña en ese sentimiento. Vayamos a una tercera pregunta: ¿por qué no existen las malas historias de amor? Si analizamos otros casos, vemos que no hay alguno similar: el motivo de las amistades, de las uniones familiares, de los lazos laborales y etcétera puede ser uno malo, vil, corrupto. Pero no en el amor. Ahí es distinto. ¿Cómo es esto posible?

Probablemente usted no sepa la respuesta, y no es que lo considere un ignorante. Yo mismo me encuentro en cierta encrucijada a la hora de contestar esta pregunta. Tengo dos posibles aproximaciones. La primera es que el amor, en su esencia, es tan fantástico que no solo hace bien a quienes lo experimentan juntos, sino también a los que lo rodean. Y eso jamás puede ser malo. Y la segunda es que el amor es sensación de plenitud, de haber llegado a conquistar un anhelo con el que toda persona nace. Si entendemos nuestra vida como una búsqueda de objetivos y realización, entonces quien gana puede estar en condiciones de decir que lo que hizo fue bueno.

Si logra satisfacer su anhelo, si logra alcanzar lo más cercano a la eternidad, si se las arregla para dominar la trascendencia; entonces su historia será para los demás un relato digno de sumarse al baúl que guarda las fantasías del mundo, y para usted, enamoradizo lector, el recuerdo más maravilloso de todos.

Elija usted la respuesta que más le guste, o invente una nueva. Pero sepa una cosa: será mucho más fácil encontrarla si la busca con la persona que, sonriendo, cuenta la misma historia que usted. No hay nada malo en eso, ¿verdad?

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