El poder de una canción

 


¿Existen los poderosos sin dinero ni influencias? ¿Puede alguien dominarnos completamente y, aun así, mantenernos felices, satisfechos y hasta paralizados? ¿Es posible crear escenarios sin ninguna imagen? Aunque todas estas preguntas suenen hartas difíciles y propias de un largo debate, algunos –como yo− ya las habíamos contestado a la corta edad de los 12 años. Y no soy ningún adelantado a mi tiempo, no. Simplemente tuve el privilegio de escuchar música. Déjeme explicarle.

Entre mis 6 y 17 años fui al mismo colegio con la misma rutina: levantarme, desayunar, ponerme el uniforme y subir al auto. Me acomodaba en mi asiento, apoyaba la cabeza en medio del respaldo y la ventana y cerraba los ojos. Y en esos 25 minutos que tardaba el viaje y en los que yo intentaba −sin éxito− dormir un poco más escuchaba la Radio Nacional Clásica. Nómbreme un genio musical del género y yo puedo asegurarle que lo he escuchado. Identificarlo es otra historia. Pero gracias a esos viajes pude descubrir el poder que nos invade todos los días, si tenemos la suerte de escuchar.

Piense en una canción que le ponga los pelos de punta. En una melodía que lo haga llorar, o en otra que lo emocione. Intente agarrarla, tenerla entre sus manos y apreciarla. No podrá. Y aun así, sin siquiera existir tangiblemente, usted ha quedado cautivado y ha sido tocado por una simple combinación de vibraciones. ¿Es posible no sucumbir al poder de una canción?

“Lo que todavía me sorprende es cuánto una buena pieza musical puede conmoverte en cualquier momento, el cómo esas moléculas empujadas de una forma distinta a través del aire generan algo”, declaró el renombrado Moby en una entrevista. ¿No lo considera, por lo menos, difícil de creer? Al escuchar una canción, usted está escuchando una declaración de poder, una explosión de sentimientos, y, quizás, verdadera magia, sin trucos detrás.

Nada más que una canción logra que usted se detenga, llore o ría espontáneamente, sin que nada pase y sin que nada vea, sin que nada toque y sin que en nada piense. Los instrumentos y las voces correctas pueden apresarlo, embelesarlo, seducirlo y cautivarlo hasta un punto en donde deba quedarse quieto para intentar comprender la trascendencia de una simple y efímera canción.

Al salir del auto y entrar al colegio, yo ingresaba con el diferencial de estar en paz, de salir emocionado y hasta motivado −para bien o mal, dependiendo de cómo se hubieran combinado los sonidos− para encarar mi día. En tan solo 25 minutos fui feliz. En un viaje en auto me emocioné. En mi ida al colegio mi mente y alma se fusionaron. Y no fueron hechos los causantes de esto: fueron pianos, violines, flautas y tambores.

Quizás el instrumento más poderoso no sea una bomba nuclear, ni un discurso político ni el amor −con perdón de Huey Lewis−. Quizás el instrumento más poderoso sea uno musical. Sin embargo, ahí entra otro aditivo, a veces mejor o a veces peor: la letra.

Obviando las evidentes diferencias entre letras como “me pide leche” y “poder decir adiós es crecer”, es posible darse cuenta de que el poder aumenta con la perfecta armonía entre lo inteligible y lo incomprensible para el lenguaje humano. Y si el artista −preferentemente formado con miles de estilos musicales e incontables canciones− logra imprimir pasión a lo que canta, entonces allí creará un nivel quizás superior al poder: la magia.

Meternos en cuáles son las canciones más poderosas sería un ridículo, porque entrar en el campo de la relatividad es una actividad cuanto menos riesgosa. Imagino que en algún momento de esta pequeña aproximación a las profundidades de la música usted habrá pensado: “¿cuál es la canción con más poder?” o “¿cómo se mide el poder de una canción?”. Sin embargo, estos cuestionamientos y otros similares son, lisa y llanamente, inútiles.

Le sugiero que no piense en medir el poder de la siguiente canción que escuche, ni de ninguna otra. Simplemente sepa que está ahí. Ya podrá quejarse de la opresión del sistema político, económico o cultural. Este, en cambio, es un poder que no oprime, sino que libera. Nuestra alma no entiende de teorías sino de sentimientos. Y si siente que su alma fue cautivada, entonces usted ya es libre. Siéntase privilegiado: será uno más de los tantos a los que la música le cambió la vida.

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