Instrucciones para sanar un corazón roto



El primer paso en este terrible proceso es estar mal. Evite cualquier tipo de autoayuda inútil, frases cursis y pretextos de mejoría inmediata. El amor puede ser muy dañino e intentar evitar sus golpes es alargar la agonía. Llore, por favor, llore. Quédese mirando el techo, piérdase entre el misterio de la noche y el silencio de la soledad. Sepa que va a sufrir, y no detenga las lágrimas.

Luego de algún tiempo de agonía (sea sabio: no lo extienda demasiado ni lo corte prontamente), debe comenzar a vivir otra vida. Y con esto no me refiero a cambiar sus hábitos ni sus intereses, eso le hacen ser quien es y, si ya pudo obtener el amor con (o a pesar) de ellos, todo apunta a que podrá alcanzarlo de nuevo. Escuche música, lea, vea películas u obras de teatro. Viva las vidas que se encarnan en las letras, las imágenes y melodías. El arte sana mucho más de lo que daña. Entre todas esas palabras y sensaciones de otras personas que seguro usted experimentará, intente encontrar las suyas: así sabrá que, oh sorpresa, no está solo, y que otros ya han vivido lo mismo y sobrevivieron.

Una vez que haya podido encontrarse en el arte, es hora de salir a la vida. Procure no llorar más (un llanto ocasional no hace daño). Salga con amigos, con familia, con conocidos o desconocidos. Disfrute del día y la noche, del sol y de la lluvia, del asfalto y de las flores. Musicalice su andar. Enamórese. Enamórese todos los días, de todos y de nadie. Exponga su corazón, que confundan sus grietas con oportunidades y lo vuelvan a pisar.

Ilusiónese con quienes jamás volverá a ver. Evite pensar, eso es justamente lo que peor le puede hacer. Ya bastante tiene con sus sueños (sé que allí sigue encontrando a esa persona que le rompió el corazón). Levántese temprano o acuéstese tarde. Experimente el mundo cuando todos los demás están dormidos. Prepárese, poco a poco, para asumir la verdad: no es posible sanar un corazón roto.

Evite encuentros pasajeros (ya sabe de lo que hablo), únicamente útiles para un éxtasis que pronto se convertirá en recuerdo: recordará lo solo que se quedó. Asuma su soledad, abrácela: gracias a ella (o a pesar de ella) sigue vivo. Seleccione las personas correctas para hablar, la mayoría no sabe nada y sus consejos no harán más que perderlo.

Pasados los días de pura experimentación e ilusiones, pensará que está todo bien. Sea consciente de que es solo el inicio, porque ahora llega la parte más difícil: actuar. Nadie lo dice, pero todos lo saben: usted debe pretender estar bien, simular ser fuerte y soñar en grande. Salga de su casa como si no quisiera quedarse en ella, sonría como si jamás hubiera llorado y hable como si nunca hubiera callado.

Guarde su corazón en una caja. Escóndalo, para que nadie lo vea. Quizás no sienta, pero no dolerá. Olvídese de que tiene uno. No exhiba debilidades ni muestre grietas. Salga con gente, arrepiéntase, y vuelva a buscar su corazón, pero pare justo antes de sacarlo. Poco a poco, se convertirá en un actor profesional, y se enorgullecerá de los comentarios tales como “ya está bien” o “le costó, pero superó”. Nadie sabrá absolutamente nada. Será un maestro del engaño.

Probablemente pensará que vivir sin corazón es lo peor que puede hacer. Pero se equivoca. Algún día comenzará a tener miradas cruzadas y sonrisas involuntarias. Forzará encuentros y sentirá los nervios del principiante. En ese momento querrá sentir de nuevo, querrá experimentar el latir de su corazón, y no le importará que esté roto.

Y allí, ingenuamente, volverá a su casa, a buscar la caja donde lo escondió. La abrirá cuidadosamente, con miedo de no partir ese corazón que ya mucho estuvo en las sombras sin que nadie (ni usted) se haya dado cuenta. Y, cuando se disponga a sacarlo, verá que no hay nada en el interior de la caja. Ahora sí, sea feliz. Su corazón no está: por última vez y para siempre, se lo habrán robado.


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